Hasta el madero más fuerte y noble podía ser atacado por termitas y acabar destruido. Libi no era un madero, pero así se sentía, agujereada por todas partes, debilitada cuando más fuerte se sentía; vacía, hueca. Hizo la denuncia, reviviendo el horror cada vez que lo relataba. No fue difícil, ya había pasado y sólo le quedaba sanar. Lo difícil fue enfrentar a Irum luego de que Alejandro le contara lo ocurrido, ella no pudo. «Lo siento», le dijo Libi, como si ella hubiera provocado de algún modo tal infamia. «Yo lo siento», le respondió Irum, como si él fuera responsable de los actos de su padre. Nada más se dijeron. No fue un acuerdo, pero ambos lo decidieron por cuenta propia: nunca más hablarían de lo ocurrido. Durante la madrugada, Irum dejó la cama donde Libi dormía y fue a la sala de ejercicios donde tenía sus sesiones con Jack. De un armario que almacenaba implementos deportivos sacó dos muletas. Ayudándose con ellas se levantó de la silla y dio tres pasos antes que el do
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