Lucía se quedó perpleja por un momento, recordando la imagen de Mateo y Sofía sonriendo tomados de la mano en la foto. Con voz indiferente, respondió:—Si estás enfermo, ve al hospital. No soy médica.Y colgó sin más, como si realmente estuviera hablando con un extraño.Furioso, Mateo apretó la mandíbula y, temblando de rabia, estrelló el teléfono contra la pared, haciéndolo añicos. María, atónita, vio cómo su propio celular quedaba destrozado. La ira hizo que el dolor de estómago de Mateo empeorara. Con una mezcla de orgullo herido y obstinación, subió las escaleras y se encerró en su habitación. "¿Realmente cree que no puedo arreglármelas sin ella? ¡Ridículo!", pensó.María, mirando los restos de su teléfono y recordando la llamada, suspiró con resignación. No entendía cómo el señor había sido capaz de alejar a alguien tan bueno como la señorita Mendoza.Por la tarde, después de terminar la limpieza, María tocó la puerta de la habitación.—¿Señor?Al no recibir respuesta, asumió que
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