Emir Trataba desesperadamente de lograr caminar, pero sabía que tenía que ser paciente. Cada paso que daba parecía un reto imposible. —Ánimo, señor, usted puede—exclamó el terapeuta, con una sonrisa alentadora. Asentí, intentando absorber sus palabras de ánimo mientras continuaba mi terapia. Las máquinas que sostenían mi cuerpo me ayudaban a moverme, pero mis piernas dolían con cada paso. El terapeuta me había dicho que el dolor era una buena señal, que significaba que mis músculos estaban respondiendo. Sin embargo, el verdadero obstáculo estaba en mi mente, en ese miedo constante de no ser suficiente, de no poder volver a ser el hombre que fui.Solté un suspiro, apretando los puños. —Esta vez lo lograré— declare para mi mismo. Volví a intentarlo, cada paso acompañado por ese dolor tan familiar, pero esta vez no me rendí. —Muy bien, muy bien, eso es lo que me gusta ver— dijo el terapeuta, con esa energía que siempre parecía inagotable. Luego, vi cómo hizo una señal a Eiza, quien e
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