A penas Kara salió del clan Luna roja, la lluvia comenzó a caer a cántaros. Con cada gota que caía sobre su pelaje le hacía preguntarse si eran un presagio. Ella esperaba que fuera la Diosa avisándole que su compañero iba a estar bien. Kara nunca había corrido con tanta urgencia y rapidez, menos a través de los árboles, aunque ya le eran conocidos, pero sabía que debía llegar cuanto antes a la manada, un segundo tarde podría significar demasiado. El corazón de Kara latió con fuerza, solo de pensar que podía perder a su mate y a su hijo le daban deseos de aullar de dolor.Minutos después, el silencio inquietante que la recibió cuando llegó a la manada, le hicieron detenerse, creyendo lo peor. ¿Dónde estaban todos? ¿Por qué nadie salió a su encuentro? Sin importarle que continuara lloviendo, Kara cambió a su cuerpo humano, recogió la bolsa donde guardaba la sangre y con pasos lentos inició el recorrido hasta la casa que compartía con su amado. A pocos pasos de la puerta, se encontró con
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