Inseguridades

El interior de la casa estaba cargado de un tenso silencio. La luz del amanecer se colaba por la ventana de la habitación, mientras Kara, sentada a los pies de la cama, miraba angustiada a su compañero. Darius, acostado, no dejaba de observar a ninguna de las dos mujeres más importantes de su vida, no sabía a cuál de las dos consolar primero, si a su mate o a su madre. Los hombros de Freya estaban caídos mientras sus ojos estaban fijos en los primeros rayos del sol.

—No entiendo, ¿qué salió mal? El ritual iba muy bien —dijo Freya sin salir de su contemplación.

—Nada salió mal, madre. —le respondió Darius—. Simplemente, la Diosa no cree que hemos pagado suficiente y debemos continuar con la maldición hasta que un nuevo alfa sea digno.

—La Diosa no puede ser tan cruel —Freya cruzó los brazos sobre el pecho como si estuviera protegiéndose del frío—. Esta vez juzgó la situación de forma equivocada.

Darius frunció el ceño con severidad, no le gustó que su madre culpara a la Diosa por algo
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