Luciana se abrazaba a su madre con fuerza, sus lágrimas empapaban el suéter de Ximena, quien la rodeaba con sus brazos, intentando calmar su angustia. El rostro de Luciana estaba desencajado, pálido y sus ojos reflejaban un dolor profundo, casi insoportable. Se sentía destrozada, traicionada, con el alma rota por lo que Christhopher le había hecho. Ximena, a su lado, estaba llena de desconcierto y dolor. No lograba entender cómo alguien podía lastimar tanto a su hija. La desesperación de ver a Luciana así la consumía. —Jamás debí decirte que hables con ese tipo, perdón, amor... —se disculpó Ximena, su voz entrecortada, casi ahogada por la culpa. Sus dedos acariciaban el cabello de Luciana, intentando consolarla, aunque sabía que nada podría aliviar el sufrimiento de su hija en ese momento. Luciana negó suavemente, sin despegarse del abrazo de su madre, sintiendo cómo el peso de la tristeza la hundía cada vez más. —No es tu culpa, mamá —respondió con un hilo de voz, temblando—.
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