Luciana llegó a la oficina de Elizabeth con una expresión de determinación, aunque todavía estaba marcada por el dolor. Elizabeth la recibió con un abrazo silencioso, y Luciana, al sentir el consuelo de su madrina, se dejó caer en sus piernas, quebrándose en llanto. —Por favor, perdóname, madrina, te lo suplico —sollozó Luciana. Elizabeth, con los ojos aún hinchados por el llanto, levantó a Luciana suavemente, la abrazó con fuerza, y luego la sentó en una silla frente a ella. —De pie, Luciana —dijo Elizabeth, intentando controlar su propio dolor. —Por favor, perdóname, madrina. Yo quería evitar todo esto, que tus hijos se enfrenten por mi culpa. —Nada de esto es tu culpa —respondió Elizabeth con sinceridad—. Rodrigo y yo no supimos fomentar el amor. Mi Chris está demasiado dañado. —Yo no quiero hablar de él —dijo Luciana, apartando la mirada, aún llena de tristeza. Elizabeth, con un suspiro, miró a Luciana con una mezcla de preocupación y afecto.—Luciana, ¿lo amas de ver
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