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Todos los capítulos de Atrévete: Capítulo 31 - Capítulo 40
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31. Desaparecida
Javier se quedó atónito cuando Cassandra irrumpió en su habitación de hotel sin avisar. Ethan Hunter, su escolta de mayor antigüedad, encogió los hombros antes de cerrar la puerta y quedarse fuera. Javier sacudió la cabeza. Su hermana tenía un don especial para dejarlos sin palabras. Y aunque sabía que sucedió algo entre ellos, prefirió no ahondar en el tema al verla continuar con su vida.—¿Dónde estuviste? —preguntó Cassandra, con reproche —. Te esperé toda la noche en el restaurante y no te dignaste a responder mis mensajes. La mirada de Javier se suavizó.—Lo siento, Cassy. Tuve una reunión que se prolongó. Y, para ser honesto, no me pareció apropiado mezclar trabajo y placer.Cassandra se acercó a él, entrecerrando los ojos y escudriñando el rostro de su hermano.—¿Por qué tantos rodeos?—Eso no es justo, Cassy. Sabes que siempre estoy dispuesto a pasar tiempo contigo. Solo… —Javier dudó, buscando las palabras adecuadas, pero no las encontró de inmediato.Cassandra suspiró y se
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32. Amargo despertar
Un tenue rayo de sol iluminó el rostro de Andrea. Sus párpados temblaron antes de abrirse y parpadear, y un gemido escapó de su garganta mientras intentaba incorporarse.El frío mármol de Carrara bajo su piel desnuda la hizo estremecer y desorientada, trató de reconocer las paredes blancas y los muebles, pero le resultaron ajenos.El dolor se extendía por cada centímetro de su cuerpo, y la mantenían anclada al suelo. Con esfuerzo, logró apoyar la espalda contra la fría pared.Su piel se sentía pegajosa, cubierta de una fina capa de sudor. Tragó saliva y luchó contra las náuseas al descubrir semen reseco en un mechón de cabello, parte de su mejilla izquierda y su muslo derecho. Necesitaba un baño con urgencia, pero la idea de moverse le parecía imposible.El ruido de una puerta en el piso superior la puso en alerta. Su corazón latió desbocado, y con un esfuerzo sobrehumano, Andrea se arrastró tras un enorme jarrón casi de su tamaño y contuvo la respiración.El sabor metálico de la sang
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33. Máscaras caídas
Javier se despertó, con el grito de Andrea, resonando aún en sus oídos. Su pesadilla fue tan vívida que le dejó una sensación dolorosa en el pecho.Encendió la lámpara de la mesita de noche y miró el caos en su habitación, repleta de mapas, fotos y reportes que parecían burlarse de sus esfuerzos infructuosos junto a Efraín y el equipo de Hunter.Miró la pantalla de su computadora con el video de seguridad de un restaurante en otra ciudad. Ahí estaba Andrea junto a Alberto, almorzando. Y aunque no parecía asustada, pudo notar su incomodidad.—¿Dónde estás, princesa? —susurró al ver cómo ella miraba al mesero—. ¿Por qué no puedo encontrarte?Fue imposible triangular los teléfonos de la pareja y Villanegra parecía vivir del aire, porque ninguna de sus tarjetas volvió a usarse después de la cena con Cassandra.Se sobresaltó cuando la puerta se abrió de golpe y Efraín entró con una expresión que no supo descifrar.—Javier, mi madre acaba de llamar —anunció sonriendo, nervioso—. Habló con
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34. Atrapada
Después de mes y medio, Andrea supo que ese lugar permanecería grabada en su memoria y en su piel.Si las paredes hablaran, narrarían sobre los gritos y las noches que durmió fuera, soportando las inclemencias del tiempo. Le dirían al mundo de las heridas que llevaba en el cuerpo, producto de su nula habilidad en la cocina o su falta de experiencia en la cama.Se burlarían de la valentía que ejerció en el pasado para hacer valer su opinión y de la que ahora no quedaba nada.Esa Andrea ya no existía.Intentó escapar varias veces, pero lo único que consiguió fue una paliza peor que la anterior. La técnica de Alberto mejoró con los días, porque ya no dejaba marcas visibles, pero todo le dolía tanto, que intentó acabar consigo misma. Sin embargo, siempre aparecía justo a tiempo para impedirlo. Como un gato jugando con su presa, dejándola hasta que se confiaba y lo intentaba de nuevo, antes de atraparla otra vez.Cada día le parecía eterno, los minutos, asfixiantes. Como si el tiempo se o
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35. Por ti
Javier entró al auto, sofocado por el calor húmedo del ambiente, mientras divagaba entre las excusas que le dio a su familia y la verdadera razón de su viaje: Andrea.Poco después rodeaban el muro de piedra caliza del hogar de los García, desde donde se escuchaba música a lo lejos.Javier dudó antes de tocar el timbre, pero una de las chicas del servicio abrió y al mismo tiempo, Efraín apareció en la puerta.—Bienvenido, hermano. ¿Cómo estás? —exclamó, mirándolo con cierto pesar.No entendería si era sincero y confesaba que estaba mejor que nunca. Que la traición de esos dos, lejos de destruirlo, lo liberó. Así que respondió.—Lo sigo procesando.Ignoró a Hunter suprimiendo una sonrisa.—Es el cumpleaños de mi novia. Ahí está.Al voltear, Javier casi la llamó Leticia, pero se contuvo al ver la rubia despampanante que atravesó las puertas al ir hacia ellos.—Debes ser Javier Herrera, Efra no para de hablar de ti. Mónica Salinas, encantada.—Igual y feliz cumpleaños —Notó cómo su atenci
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36. Dulce tormento
Andrea salió precipitada del salón, su corazón palpitando con fuerza. Sabía que al ver a Javier, su mundo se desmoronaría. Era una prueba, y ella iba a fracasar, poniendo en riesgo todo lo que había sacrificado por mantener a salvo a su familia.Salió a los jardines, y el aire fresco de la noche la golpeó. Sus tacones resonaban en el pavimento mientras corría por un sendero iluminado por farolas.—¡Andrea, espera! —gritó Javier detrás—. ¡Solo quiero hablar!Ella no quería mirar hacia atrás, pero sintió una mano en su brazo y se sobresaltó, volteando para encontrarse con los ojos cálidos y profundos de Javier.El aroma de las flores se mezcló con su perfume, trayendo recuerdos que creía enterrados. Su corazón se aceleró aún más, dividida entre el anhelo y el pánico por las consecuencias.—No deberías estar aquí —susurró ella, volteando nerviosa a su alrededor—. Si Alberto se entera…Las palabras de su marido resonaron en su mente: «Si hablas con él, si lo miras siquiera, lo mataré. Aca
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37. Lazos Inquebrantables
Javier despertó con una sonrisa, y palpó al lado, su cuerpo, exigiendo el de Andrea para volver a sentir su calor cobijando su miembro erecto. Pero al abrir los ojos, la encontró en el sillón de la esquina, con el rostro tenso y angustiado.—No puedo quedarme —susurró ella, evitando su mirada—. Alberto…—Al diablo con ese cabrón —espetó Javier, incorporándose—. No voy a permitir que vuelvas con él.Andrea se levantó de un salto, buscando su ropa, frenética.—No lo entiendes. Él tiene…—¿Qué? ¿Poder? ¿Dinero? —Javier la siguió, frustración llenando su pecho—. Yo también tengo recursos, Andrea, contactos…—¡No se trata de eso! —gritó ella, lágrimas asomando a sus ojos—. Mi familia… firmé cosas al casarme que los comprometen.—Llamémoslos ahora mismo y les explicaremos todo.Por un instante, vio un destello de esperanza en los ojos de Andrea y ella asintió, tomando el teléfono con manos temblorosas.—¿Mamá? —preguntó esperanzada.La voz de Miranda resonó en el altavoz.—¿Cómo pudiste hac
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38. Confesiones
Andrea contuvo el aliento mientras Alberto se deslizaba en el asiento trasero junto a ella. El cuero crujió bajo su peso, y el aroma de su colonia inundó el espacio haciendo que se le revolviera el estómago. El silencio se extendía como una cuerda tensa entre ellos, amenazando con romperse en cualquier momento.—Alberto, yo… —susurró Andrea.—Cállate —siseó él, presionando el cañón frío de una pistola contra su mejilla—. No quiero oír tus patéticas excusas, chiquilla. Ya sé todo lo que necesito saber.Andrea tragó saliva y miró al conductor a través del retrovisor, buscando ayuda, pero él apartó la vista y siguió conduciendo.—Él es solo un amigo de la familia —insistió Andrea, tratando de mantener la calma—. No pensarás que yo… que habría algo entre nosotros.La frialdad en su mirada la hizo callar.—Sé que no te atreverías a abrirle las piernas, porque amas a tu familia —dijo él, una sonrisa cruel curvando sus labios—. Y sabes muy bien lo que está en juego si decides desafiarme.Alb
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39. De vuelta en casa 1
Andrea dibujó un corazón en el vidrio empañado, sus dedos dejando un rastro en la condensación causada por la lluvia que caía afuera. El gesto, casi infantil, contrastaba con la tensión que sentía en su interior. Giró hacia su hermano, buscando en sus ojos la seguridad que tanto necesitaba.—Gracias por creerme —murmuró sobre el repiqueteo de la lluvia contra el techo del auto.—No tienes nada que agradecer. Estaré tras de ti, apoyándote, cada vez que me necesites, y haré lo que me pidas sin preguntar. Siempre. Somos hermanos.Andrea asintió con emoción contenida, al reconocer en sus palabras la misma promesa que le hizo cuando eran niños y que cumplió cada vez que la invocó entre ellos. El recuerdo de un verano lejano se materializó en su mente. El olor a pino y a tierra húmeda del campamento, las risas mezcladas con el crepitar de la fogata, y luego, el aroma inconfundible y nauseabundo de un zorrillo. Andrea casi podía escuchar los gritos de aquellas niñas que la habían estado mo
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40. De vuelta en casa 2
Andrea se acercó a su padre, con la sensación de estar en un mundo paralelo donde su familia se había desmoronado sin que ella se enterara. Sus piernas se movieron por instinto, llevándola hacia su padre. Se dejó caer de rodillas frente a él mientras sus manos temblorosas buscaban las suyas.El rostro de Alfredo García, antes fuerte y decidido, ahora lucía surcado por arrugas más profundas, y una expresión de tristeza y confusión. —¿Papá? —Su voz salió como un susurro quebrado—. ¿Qué... qué te pasó?Andrea lo rodeó con sus brazos, inhalando el familiar aroma a loción de afeitar mezclado con otro medicinal que le encogió el corazón. Él le acarició el cabello con suavidad, mientras su mano izquierda temblorosa intentaba alejar las lágrimas de sus mejillas sin percatarse que su propio rostro estaba igual. El silencio en la habitación se tornó denso y sofocante, roto solo por el suave sollozo de Andrea y luego por la voz de su madre mientras se acercaba a ellos.—Es hora de agradecer
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