El sol bañaba el campo de equitación con su luz cálida, proyectando sombras alargadas sobre el pasto mientras mis hijos y yo disfrutábamos de un momento de tranquilidad en medio del caos que había sacudido nuestras vidas. El sonido rítmico de los cascos de los caballos al trotar sobre la tierra era casi hipnótico, y por un instante, me permití olvidar las amenazas que se cernían sobre nosotros. Este era nuestro tiempo, un espacio que había reservado para estar con ellos, para ser más que su rey, su padre.Nova, siempre curiosa, rompió el silencio con una pregunta que se clavó en mí como una espina. —Papá, ¿qué son los humanos? He oído que son muy malvados, ¿es cierto? —Su voz, cargada de inocencia, me hizo detenerme. Miré a sus ojos, que reflejaban la pureza de su alma, y supe que debía ser cuidadoso con mi respuesta.—Son seres complejos, Nova, —comencé, eligiendo mis palabras con cautela—. Muchos de ellos no entienden nuestro mundo y, por miedo o ignorancia, nos han hecho mucho dañ
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