El ambiente en la casa estaba impregnado de un resplandor dorado, como si cada rincón estuviera bañado en el suave abrazo de un atardecer interminable.—Tú, no —dijo Iván en la mesa a modo de juego.—Tú, no —le contestó Adriel muy en serio, con las mejillas infladas y el entrecejo fruncido, en un intento de parecer furioso, aunque el gesto resultaba enternecedor.Urriaga volvió la vista en dirección a su hijo y lo regañó por hacer enojar a su nieto.—Así nos llevamos —le dijo Iván mientras apretaba la mejilla de su sobrino.—Tú, no —repitió Adriel con los ojos vidriosos.Iván, al notar ese cambio en su sobrino, lo tomó en brazos y le dio un beso en la frente.—Tú, sí, tú, sí —le dijo con la intención de tranquilizarlo.—Tú, no. —Esta vez, Adriel esbozó una sonrisa.En respuesta, Iván le apretó la nariz. —¡Papá, papá! —exclamó el pequeño, su voz entrecortada por las carcajadas que lo hacían soltar pequeñas ráfagas de risa, como si cada palabra estuviera adornada con un estallido de di
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