Rudolph salió al fin del mar y me tomó de la cintura. -Te amo, te amo mucho, Patricia-, me dijo y yo, encandilada, me colgué de su cuello y sin importarme el cacheteo de las olas, lo besé en la boca con desenfreno, muy febril y apasionada, feliz de tenerlo a mi lado, de poder disfrutar de ese momento entre las aguas, chapoteando dichosos, sucumbidos por nuestro profundo amor. -Está besando el aire-, descolgó su quijada un tipo viéndome besar a la nada, abrazada al vacío. -Pobrecita, le falta un tornillo a esa mujer tan bonita-, aceptó otro muchacho. -¿Tendrá delirios, será paranoica, ve fantasmas?-, preguntaba una mujer tratando de entenderme. Estuvimos buen rato disfrutando del mar, sumergiéndonos tomados de la mano, saltando por entre las olas, lanzándonos agua y al final, cansados, decidimos volver a la orilla, riéndonos, corriendo de prisa, sin soltar nuestros deditos atados en grandes nudos. Allí me encontré con la multitud que no dejaba de mirarme. Todos estaban embo
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