Capítulo diez. De la furia al beso Lily se había calmado un poco cuando se enteró de que a Albert, el mayordomo de Athos, le habían encargado que le enseñara el uso correcto de los cubiertos, no modales en la mesa. De repente se vio frente a una mesa puesta formalmente, en la que había un asombroso surtido de cucharas, tenedores y cuchillos.Una vez acabada la clase, volvió a su habitación y se sentó en la cama, apoyada en el cabecero, a leer un libro que había tomado prestado de la biblioteca, cuando la puerta se abrió sin previo aviso.Era Athos y estaba más furioso de lo que nunca lo había visto. Tenía las mejillas sofocadas, lo cual acentuaba aún más los destellos dorados de sus espectaculares ojos.—¡Se lo has contado todo! ¿Es que no sabes lo que es la discreción? — preguntó con voz condenatoria y airada —. ¿No sabes guardar un secreto?Tensa y turbada, Lily se levantó de la cama a toda prisa.—Solo se me escapó una palabra y, después, no tenía mucho sentido no contárselo —reco
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