Había dejado el asunto del hombre de Coppola para último momento, todo este lío, por ese pequeño demonio, se me estaba saliendo de las manos.Carolina entró a mi habitación, luciendo un hermoso y pequeño vestido. Yo miré con demasiada atención su escote, yo no lo recordaba así, se veía mucho más grande.— Te crecieron las tetas — le dije.Ella se tapó el escote con ambas manos.— Eres un cerdo — me contestó.Yo me encogí de hombros, ella era mi mujer, podía decirle este tipo de cosas.— Quiero follarte, hacerte gritar mi nombre, y meterme esos hermosos y grandes pechos a la boca — le dije.La cara de Carolina se puso roja, estaba cabreada.— No vas a volver a tocarme, jamás dejaré que un cerdo como tú, me ponga otra vez las manos encima — me dijo.Yo me acerqué a ella y la arrinconé en la pared, le di media vuelta, y pegué su rico culo en mi muy erecta polla.— Carolina, tú no puedes escapar de mí, eres mía — le dije al oído.Le metí la mano debajo de la falda del vestido, acariciando
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