35. Una luz de esperanza en medio de la penuria
—¿Papá…? Sus palabras se quedan estancadas en su garganta, demasiado dolorosas como para pensarlas una vez más. Díficil de creer, de pensar que es cierto, y de tratarse de una alucinación Julieta vuelve a buscar la manilla de la puerta para salir incluso cuando el carro ya está en movimiento. —Esto no puede ser verdad. No, no. ¡Quiero bajarme! ¡Detén el auto! —Julieta… —¡No, por Dios! No. Me volví loca, no estoy pensando con claridad, no, no. No es de ésta manera…—balbucea cuando oye una vez más el sonido de lo imposible, de lo que no puede ser. Golpea la puerta del auto para tratar salir, dando fuertes golpes al vidrio—, ¡Quiero salir…! —Soy yo, Julieta. Como si un rayo hubiese caído en su cuerpo, destrozando cada parte que necesita para sobrevivir como la estado haciendo durante cuatro años, Julieta deja la manilla de la puerta y lleva todo su cuerpo a la puerta con tal de alejarse lo más posible de aquella figura que por el tono de la voz indica que es masculina, y comienza
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