La silueta de Carter giró bruscamente, ahora de espaldas al caos que había orquestado. El chasquido de sus zapatos contra el mugroso cemento, resonó cuando Paul corrió hacia él, con la incredulidad grabada en su rostro cansado. —¿Qué hiciste? ¿Has enloquecido? Prometiste que no le inyectarías ese veneno si te daba información, ¡Y mentiste! —. La voz de Paul sonó sorprendida, porque Carter no había cumplido su palabra.A pesar de que Orestes no se lo merecía, los Hall eran hombres de palabra, y esa actitud de su sobrino, primo, hermano, era desconocido.Una sonrisa jugueteó en la comisura de los labios de Carter, un brillo oscuro en sus ojos reveló un atisbo de satisfacción. —¿Quién te dijo que mentí? —dijo con frialdad, golpeando la jeringa vacía con una despreocupación que contradecía la tensión de sus hombros. —Todo lo que hice fue introducir una solución diluida de cloruro de sodio mezclada con media dosis de hierro en cada jeringa, y eso duele mucho, quema cuando entra de golpe.
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