La casa Montenegro, normalmente un refugio de elegancia y tranquilidad, estaba sumida en el caos. Las luces brillaban intensamente, iluminando los rostros pálidos y preocupados de los familiares y amigos que se habían reunido. La policía iba y venía, interrogando a todos, revisando cada rincón, pero cada segundo que pasaba sin noticias de los desaparecidos parecía alargar la sombra de desesperación que envolvía el lugar.Sara y Angelo estaban sentados en el gran salón, aferrados el uno al otro como si temieran que, al soltarse, el mundo pudiera desmoronarse. Sus ojos, llenos de una mezcla de miedo y esperanza, recorrían la habitación una y otra vez, buscando cualquier señal, cualquier respuesta que les devolviera a sus hijos. Mientras tanto, Sebastián intentaba mantener la calma, hablando con la policía, pero su mirada delataba una preocupación que apenas podía contener.Ava, sin embargo, estaba aparte, de pie junto a la ventana, con la mirada perdida en el jardín oscuro. Sus manos
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