—¡¿Dónde están, pequeños demonios?!— Dije corriendo descalza por los pasillos de mi mansión.Habíamos regresado hace casi dos semanas a casa y desarrollamos una rutina: Tío Chad se levantaba temprano para abrir mi puerta y asegurarse de que no era una salvaje; cuando comprobaba que no lo era, quitaba el candado y las cadenas de mi puerta. Gisselle pensaba que estaba exagerando, pero me gustaba ser precavida.Una vez despierta, me daba un largo baño y luego salía a desayunar con todos en la mesa de la cocina. Después tío Chad, Mateo y yo pasábamos el resto del día explorando la biblioteca en busca de información sobre los salvajes.Las cosas habían estado tranquilas; no habíamos tenido noticias del castillo ni de la desaparición de la Luna. Después del incidente en la Casa de la manada, los rebeldes y los salvajes se habían vuelto a esconder.Tampoco supe nada del bastardo de Cole; estaba haciendo un pésimo trabajo como pareja y aun así mi corazoncito se alegraba cuando contemplaba mi p
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