Los párpados de Claudia se abrieron, revelando una mirada cansada, pero satisfecha, mientras se aclimataba a las suaves tonalidades de la habitación del hospital. El viaje de la inconsciencia a la realidad fue una suave deriva, y allí, materializándose en su aturdimiento, estaba Andrew, su firme ancla en todas las tormentas. También estaban su madre y sus suegros, agrupados cerca de ella con sus rostros marcados por la preocupación y la alegría, sin embargo, fue la expresión de su esposo la que captó por completo su atención.—Estás aquí —murmuró Claudia, su voz era apenas un leve susurro, pero cargada de emoción. Las comisuras de sus labios se alzaron en una débil media sonrisa, el esfuerzo era monumental, pero valía la pena. Frágil, pero rodeada de amor, se sentía como un libro viejo, gastado aunque atesorado. —Estaba segura… que era la primera mirada… que vería al despertar… y no me equivoqué… te amo.—Yo te amo más mi amor, y quiero darte las gracias por todo lo que has hecho,
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