—El divorcio —susurró ella, la palabra cayendo como un guijarro en el silencio. Su corazón latía con fuerza, y cada fibra de su ser se negaba a aceptar la realidad de su petición. Andrew, acostado frente a ella, parecía una estatua, inmóvil, excepto por sus ojos, que revelaban una tormenta interna.—¿Divorcio? —replicó su voz temblorosa, pero su postura desafiante. Ella sintió el golpe del shock, aún sosteniendo la esperanza de una broma cruel, una malinterpretación. Pero no había lugar para dudas; la gravedad de su tono lo decía todo.Andrew, cuya mente hasta ese momento había estado navegando por las turbulentas aguas de su pensamiento, centró repentinamente toda su atención en ella. Algo había cambiado; al verla allí, vulnerable, pero fuerte, una nueva resolución oscureció su mirada.—Ese bebé no puede nacer —afirmó con una frialdad que cortaba. La sentencia llegó sin preámbulos, brutal en su finalidad.Ella lo miró, incrédula, como si estuviera viendo a un extraño. Sus manos
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