Serena soltó una carcajada y miró a sus padres, a la espera de que ellos también lo hicieran. Bueno, esperar que rieran era demasiado, pero sabía que podían sonreír, los había visto hacerlo antes.—¡Debe ser una jodid@ broma! —soltó cuando los dos se limitaron a mirarla como si fuera una estúpida.—Serena, controla tu lenguaje y no alces la voz, no es propio de una señorita.Rechinó los dientes.Una señorita nunca alza la voz. Una señorita nunca interrumpe una conversación. Una señorita no maldice. Podía nombrar todas las malditas reglas de su madre de memoria. Había crecido con ellas y, mientras que cuando era niña no tuvo más opción que hacer caso, en cuánto pudo aprovechó toda oportunidad para romperlas. —¿Es en serio? ¿Eso es lo que te importa en este momento? A la mierd@ los modales —siseó.—Serena —reprochó su madre otra vez y se llevó un trozo de lechuga a la boca.Nunca la veía comer nada más consistente que eso. Si ella se ponía más delgada, el viento se la cargaría.Respir
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