Otra vez los medios periodísticos y las competidoras volvieron a quejarse de mis manos. Decían que me habían puesto implantes de fierro, que eran ortopédicos, que por ello mis raquetazos estallaban como dinamita y que por lo tanto debía ser descalificada. -Ningún ser mortal en la Tierra puede hace volar una pelota a 400 kilómetros por hora-, decían enfurecidos medios y tenistas, pidiendo, a gritos, mi descalificación. Ponían foto de mis manos, con mis dedos retorcidos, gordos, amorfos y feos. -¡¡¡Esos dedos no son normales, son de un alien!!!-, decían irónicos, burlándose de mis deformidades. Los organizadores me sometieron, entonces, a nuevas pruebas, me tomaron radiografías, analizaron mi sangre y de nuevo los delegados de las tenistas dijeron que yo tomaba hormonas de hombre. -La testosterona ya te habría dado bigotes ja ja ja-, reía, como siempre, Marcial, cuando estábamos en la cama, después de una prolongada faena de mucho amor, deseos, caricias y múltiples besos. -Idiota-,
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