Me peleé en los cuartos de final. Me volví a enfrentar a la alemana que me había insultado en París, Helga Sparwaser, y nuevamente me atacó. Su español había mejorado, además. -Ahora sí te ganaré, perra-, me disparó de frente cuando la saludé. Chirrié mis dientes. Ella, al parecer, me estudió mucho, sabía de mis puntos flacos y había mejorado mucho en su juego, sobre todo en el saque que hacía en forma muy potente. También en el smash. Así, sacó ventaja en el primer set, incluso se puso adelante 4-0. -¿Viste, perra?-, se ufanaba imitando mis bailes con sorna, lo que provocaba la risa del público, además se alzaba la faldita, me mostraba el calzón y me sacaba la lengua, mofándose de mí. Descargué toda mi furia, entonces. Estaba demasiado colérica por las burlas de Helga, que puse en acción los cañones que tenía por manos. La raqueta nueva que me había dado mi nuevo auspiciador me ayudó aún más. Era ligera, contundente, flexible y con un mango que se asía a la perfección a mis dedos
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