El olor a vainilla lo estaba volviendo loco, el sabor de sus labios debilitó su fortaleza y si eso no era suficiente, la forma en la cual Kiara se aferró a sus hombros lo hizo no querer soltarla más. Pecado y perversión en una chiquilla que no le llegaba ni a los hombros con su altura, fácilmente le sacaba tres cabezas y aún así, en lugar de mostrarle sumisión, resistió los besos candentes, sus salvajismo cuando la estampó contra la corteza de un árbol, en tanto presionó su pecho con tal desespero que la tela se rasgó. Kiara ensartó las uñas en la parte trasera de su cuello, él no permitía que nadie lo tocara de esa forma, pues para todos era un privilegio, en cambio eso mismo sintió cuando el ardor en su piel encendió su rudeza, mucho más. Atrapó sus manos y las puso sobre su cabeza en lo que calló los gimoteos de la esclava con su boca. Su cabello en su mano se enredó más y el tirón solo tensó su cuello, en lo que ella instintivamente se refregó contra la bragueta de su pantalón.
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