*Dos años después* La tarde caía sobre la ciudad y en la casa de Anaís, los amigos se encontraban reunidos en el jardín charlando y riendo. Anaís, les había preparado una merienda a todos, mientras que los niños corrían de un lugar a otro, los más grandes, hacían otras cosas como, cantar, un hobby que les gustaba hacer. De repente, el timbre sonó, sorprendiéndola, pues no esperaba a nadie más. —No te preocupes querida, me encargo —dijo Evelin. Cuando ella abrió la puerta se encontró con un guapo hombre, que tenía en su rostro una sonrisa encantadora. —¡Ezra! —Señora, Evelin, ¿cómo está? —Saludo amablemente. —Estoy bien, muchacho, ¡cómo has crecido! Pasa. —No tanto, solo un poco. —¡Ezra! —exclamo Anaís al verlo recibiéndolo con alegría, no lo veía desde hace tiempo. —Mi madre me dio su nueva dirección, disculpe que no le avisé, pero no tengo su número. —No te preocupes, le dije a ella, que pueden visitarnos cuando gusten, son bienvenidos, cuéntame ¿cómo está tu m
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