Meses después.—Amiga, quiero ir de fiesta el próximo fin de semana.—¿A dónde? —Pregunto Rebeca.—A la discoteca, recuerda, ya soy mayor de edad.—Cierto, me habías comentado que querías ir.—Ustedes siempre van, y no me invitan.—Ya sabes el porqué, no es que seamos malos.—Sí, lo sé, tranquila.—¿Tus padres que dicen?—Que disfrute, pero con cuidado.—Claro, sobre todo a la hora de tomar licor.—Pero ya he tomado algunas bebidas.—No es lo mismo que tomes con tu familia en casa que en la calle niña. Sobre todo en esos lugares, hay que estar pilas.—Sí, lo entiendo, ¿me acompañas?—Lo siento, pero el fin de semana que viene tengo turno, y no podré cambiarlo.Alessia fingió una sonrisa triste.—¿Cómo que no puedes?—Mi niña no puedo, ese fin de semana me toca en la clínica de tu padre, y con quien siempre cambio turno, está de vacaciones.—Si le digo a mi papá que te dé el día libre.—Alessia, no, eso no —Rebeca negó—. Pero no te preocupes, podemos ir otro día, ¿qué tal este fin de s
Mientras la multitud los empujaba, la cercanía entre Alessia y Kelvin se hacía casi insoportable. La tensión era una llama que consumía el aire entre ellos, junto a la tentación que le producía los labios de Kelvin a Alessia.Él, con su corazón latiendo a un ritmo frenético, se alejó un paso, rompiendo el hechizo momentáneamente, y creando así un espacio frío y vacío entre ellos.El rechazo repentino de Kelvin deja a Alessia paralizada en la pista de baile, y su corazón latiendo con fuerza contra su pecho.—Alessia, no puedo —dijo con voz firme pero temblorosa—. No de esta manera.La confusión se reflejaba en sus ojos, y una mezcla de sorpresa y dolor ante la distancia de Kelvin.—Kelvin, yo… —Alessia intenta alcanzarlo, pero él da un paso atrás, haciendo más grande esa barrera invisible entre ellos.—Lo siento, Alessia —dice Kelvin, su voz estaba cargada de conflicto y con un gesto de dolor repitió—. No puedo hacer esto. No ahora.Alessia siente un nudo en la garganta, su mente lucha
Anaís observaba con paciencia cómo su hija Noemí, de quince años, intentaba elaborar una flor eterna con las manos temblorosas. Los pétalos no quedaban como su madre le había explicado y la frustración comenzaba a reflejarse en su rostro. —No te preocupes, cariño —dijo Anaís con una sonrisa alentadora—. Al principio es difícil, pero con práctica lo lograrás. Noemí suspiró y volvió a intentarlo, esta vez con más cuidado. Mientras trabajaban en las manualidades, Anaís decidió cambiar de tema para aliviar la tensión. —¿Vas a jugar fútbol esta tarde? —preguntó, ya que su hija formaba parte del equipo femenino. Noemí negó con la cabeza, sin apartar la vista de su flor. —No, mamá. Sara está enferma y no quiero ir sin ella. Anaís asintió, sabía que ambas son las mejores amigas y siempre andaban juntas en toda ocasión y para las prácticas no eran la excepción. —Para ir sin Sara, tendrías que llevarme tú o papá, porque dudo que Kelvin quiera acompañarme —dijo Noemí levantando el rostro.
*Días antes*Anaís, después de recoger todos los materiales y guardarlos, se dispuso a preparar el almuerzo, mientras que Noemí fastidiaba a su hermano, que aún dormía.La mujer había estado planeando esta noche durante semanas, había tejido su plan meticulosamente. No era su aniversario ni ninguna fecha especial, pero quería sorprender a Gerald de una manera inolvidable. Después de todo, ¿quién necesita una razón específica para celebrar el amor?Cada detalle estaba cuidadosamente orquestado para sorprender a su amado Gerald y hacer que esa noche fuera inolvidable.Por lo que ella se sentía como un funambulista en un alambre tenso, balanceándose entre la emoción y la ansiedad. Cada minuto que pasaba antes de la cena era una mezcla de anticipación y miedo. Su corazón latía con fuerza, y sus manos temblaban ligeramente.—Mamá, tranquila, todo irá bien —la tranquilizó Noemí al verla así.—Gracias hija, pero son los nervios.—¿Ya están listos los regalos?—Si —Anaís asintió.Ella había e
Kelvin entró en la cocina, y el aroma del café recién hecho llenó el aire. Noemí, con una espátula en la mano, se giró hacia él. La luz de la mañana se filtraba por la ventana, tiñendo la habitación de un suave tono dorado.—Buenos días, mocosa —dijo Kelvin, arrastrando las palabras como si cada sílaba le costara un esfuerzo sobrehumano.—Buen día, gruñón —respondió Noemí con una sonrisa, sus ojos chispeantes, desafiando la seriedad de su hermano.El chirriar de una silla al moverse resonó en la cocina mientras Kelvin se sentaba frente a la mesa. Noemí seguía cocinando una tortilla, el sonido del huevo batiéndose y la sartén chisporroteando creaban una sinfonía matutina.—¿Dónde están los dueños de la casa? —preguntó Kelvin, mirando hacia la puerta como si esperara que aparecieran en cualquier momento sus padres.—Andan de luna de miel, así que no creo que lleguen a estas horas —contestó Noemí, concentrada en el sartén.—¿Otra vez? ¿En pleno comienzo de la semana? —Kelvin frunció el c
—¿Pasó algo? —preguntó Fanny al entrar en el cuarto de su hija.—No, ¿por qué lo preguntas, mamá?—Pensé que tendrías una buena experiencia al ir de fiesta a la discoteca, pero desde ese día, no has hecho nada más que estar en casa. ¿Pelearon tus amigos contigo o tú con ellos?—No, no es eso, mamá. Kelvin está trabajando mucho, y la agencia le quita tiempo. Creo que irá a viajar otra vez. Y Rebeca, ya sabes, es como papá —mintió ella.—¿Estás segura? —inquirió Fanny, sintiendo que las cosas no marchaban bien.—Sí —Alessia asintió—. ¿Llevarás a Sara a sus prácticas de fútbol?—Tu papá lo hará. Tengo que corregir algunos exámenes de mis niños, no podré asistir hoy con tu hermana.—Entonces iré con ellos. No quiero que diga que no la apoyo.—Ella estará feliz de que la acompañes.—Lo sé. Solo espero que pueda ganar alguna copa en una competencia importante y que demuestre que las mujeres también sabemos jugar fútbol, he escuchado como algunas compañeras de la academia se ríen de eso cuan
Después de pasar la tarde con su amiga Rebeca, Alessia regresó a su casa. Su padre, Alexis, la recibió con una gran sonrisa.—¿Cómo te fue? —preguntó el hombre.—Bien, papá. Ya más o menos tengo la idea para mi pasarela.—¡Qué bueno! La cena está lista, hija. Termina de llegar para que nos acompañes.—Papá, no creo. Acabo de comer con Rebeca y estoy un poco cansada. Quiero dormir.—No te preocupes, descansa. Le diré a tu mamá que ya cenaste.Alessia asintió con un movimiento leve y se perdió en las escaleras para entrar en su habitación, donde se lanzó en la cama. La primera parte de su plan estaba lista; ahora solo quedaba finalizar la última.Una sonrisa se dibujó en su rostro. Después de unos minutos, tomó su celular y envió un mensaje.Luego de darse una ducha refrescante, y ya en la penumbra de su habitación, Alessia observaba la pantalla de su teléfono.Las fotos de Kelvin llenaban su galería: en la playa, sonriendo, con los ojos brillantes. Cada imagen era un recordatorio de lo
—¿Cuándo podré disfrutar de una buena compañía con mi alocada hermana? —preguntó Otniel con una sonrisa.—Hola, campeón —Rebeca alborotó el cabello de su hermano cuando él se acercó para darle un abrazo—. ¿Te parezco alocada? Ja, ja, ja.—Por supuesto, eres una loca suelta. Te extraño, lo sabes.—Siento como si me reprocharas algo.—Es que ya no quieres salir del hospital; te he visto muy poco en casa y me siento abandonado por mi hermana mayor.—Tonto, sabes que mi profesión es así.—No, tú haces que sea así.—Ser médico es sacrificado —dijo Rebeca con pesar.Otniel la miró fijamente por un instante y luego preguntó:—¿Quién es el idiota que te tiene así?—¿De qué hablas?—Tú ya sabes; seguro es ese tarado el culpable de que mi hermana me abandone. Cuando lo descubra, sentirá mi furia —Otniel adoptó una posición de combate, haciendo reír a Rebeca.—Estás viendo fantasmas, y no te he abandonado. Aquí estoy. Ven acá y cuéntame cómo va la escuela. Deja de hacer kung-fu.—¿Ves? Estás per