Desayuno de hermanos.

Kelvin entró en la cocina, y el aroma del café recién hecho llenó el aire. Noemí, con una espátula en la mano, se giró hacia él. La luz de la mañana se filtraba por la ventana, tiñendo la habitación de un suave tono dorado.

—Buenos días, mocosa —dijo Kelvin, arrastrando las palabras como si cada sílaba le costara un esfuerzo sobrehumano.

—Buen día, gruñón —respondió Noemí con una sonrisa, sus ojos chispeantes, desafiando la seriedad de su hermano.

El chirriar de una silla al moverse resonó en la cocina mientras Kelvin se sentaba frente a la mesa. Noemí seguía cocinando una tortilla, el sonido del huevo batiéndose y la sartén chisporroteando creaban una sinfonía matutina.

—¿Dónde están los dueños de la casa? —preguntó Kelvin, mirando hacia la puerta como si esperara que aparecieran en cualquier momento sus padres.

—Andan de luna de miel, así que no creo que lleguen a estas horas —contestó Noemí, concentrada en el sartén.

—¿Otra vez? ¿En pleno comienzo de la semana? —Kelvin frunció el c
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