El atardecer se desvanecía lentamente, y las sombras se alargaban sobre el banco del parque. Rebeca miró a Alessia con una mezcla de compasión y conflicto. ¿Cómo podía ayudar a su hermana a navegar por este terreno peligroso?—Alessia, el amor es complicado —dijo Rebeca, eligiendo sus palabras con cuidado—. Pero también es hermoso. Si sientes algo tan profundo por Kelvin, debes considerar si vale la pena arriesgar la amistad que compartimos los tres.Alessia asintió, pero su expresión era diferente. No había gratitud en sus ojos; solo determinación.—¿Y tú, Rebeca? —preguntó Alessia—. ¿Qué sientes por él?Rebeca vaciló. Kelvin era más que un amigo para ella. Había momentos robados, risas compartidas y secretos guardados. Pero también había miedo.Miedo de perderlo todo si confesaba su amor.—Yo también lo quiero, Alessia —confesó Rebeca, su voz apenas audible—. Él siempre ha sido nuestro amigo y ha estado ahí cuidando de ambas como hermanas.Alessia apretó la mano de Rebeca con fuerza
Ambas amigas continuaron sus rutinas con una tensión palpable. Los días se volvieron incómodos, y para Rebeca cada encuentro con Kelvin era una prueba de resistencia emocional.Porque ella estaba luchando contra sus sentimientos, tratando de mantener la amistad intacta. Pero el corazón no entiende de promesas no dichas. Cada sonrisa compartida con Kelvin, cada mirada furtiva, solo aumentaba la tormenta en su interior.Alessia, por su parte, se volvió más distante, la chica dulce que una vez había, ya no estaba. Sus ojos brillaban con una determinación fría, y Rebeca sabía que estaba dispuesta a arriesgarlo todo por el amor. Las palabras de su amiga resonaban aún en su mente: “Si Kelvin decide estar conmigo, no me detendré”.Pero la vida, sin embargo, tenía otros planes y solo, quizás, un pequeño destello de esperanza para un corazón aplastado por el dolor como el de Rebeca necesitaba para poder seguir latiendo.*Días después*Kelvin se encontraba solo en la pequeña cafetería, absorto
En el hermoso jardín de la familia Dorante la tarde se desvanecía en tonos cálidos. Alessia, nerviosa, removía su cucharita en el café con leche. Rebeca, sentada frente a ella, observaba el vaivén de las hojas de los árboles.—¿Qué pasa, Alessia? —preguntó Rebeca, notando la inquietud de su amiga—. ¿Es por tu presentación? Ya falta menos, sé que lo harás bien, los vestidos y todo lo demás está arreglado, no te preocupes tanto.Alessia suspiró y miró a Rebeca directamente a los ojos.—Rebeca, necesito hablar contigo sobre Kelvin.Rebeca parpadeó, sorprendida. ¿Se habría dado cuenta, Alessia, lo que sentía por él? Se preguntó, aun así intentó mantener la calma.—Claro, ¿qué pasa con Kelvin? —preguntó, tratando de sonar casual—. ¿Aún sigue sin responder tus mensajes y llamadas?Alessia jugueteó con el borde de su servilleta.—Lo amo, Rebeca, ¿lo sabes? Obvio, porque ya te lo conté. Pero sé que él solo me ve como una hermana. Y tú… tú también sientes algo por él, ¿verdad? —pregunto sin ni
Kelvin estaba en la sala, absorto en su celular cuando Noemí, su hermana menor, entró con una mirada curiosa.—¿Kelvin? —dijo Noemí, arrugando la frente—. ¿Por qué no le has respondido a Alessia?, te ha estado llamando varias veces, y acaba de llamar al de la casa.Kelvin suspiró y apartó la mirada de la pantalla.—Es complicado, Noemí. Alessia y yo… bueno, estamos en medio de algo. No quiero lastimarla, pero tampoco quiero… —Kelvin se detuvo a mitad de frase.Noemí se sentó a su lado, balanceando los pies en el aire.—¿Y qué vas a hacer? No podrás esconderte por el resto de tu vida, ¿no es tu hermanita favorita?Kelvin soltó una carcajada.—Me huele a celos, ja, ja, ja.—Para nada, nadie puede competir conmigo porque, ya, tú eres mi hermano de verdad. Ahora dime, ¿qué harás? Son dos mujeres, pero solo una puedes escoger.—No lo sé, hermana. A veces, el corazón es un laberinto sin salida clara.Noemí lo miró con ojos sabios más allá de sus quince años.—Tal vez deberías hablar con ell
El hospital nocturno estaba sumido en una penumbra inquietante, solo interrumpida por la luz tenue de las lámparas de lectura en las habitaciones. Ezra, con su corazón en un nudo, avanzó por los pasillos silenciosos. El olor a desinfectante y la quietud le recordaban a las noches en las que había estado cuidando a su madre, cuando se enfermó.Finalmente, llegó a la sala de guardia. Allí estaba Rebeca, su cabello castaño recogido en un moño desordenado, los ojos cansados pero llenos de determinación. Era una ginecóloga apasionada, entregada a su trabajo y a sus pacientes. Ezra la admiraba profundamente.—Rebeca —dijo, su voz apenas un susurro, como si no quisiera interrumpir.Rebeca levantó la vista del expediente médico y sonrió. A pesar del cansancio, su rostro seguía irradiando calidez.—¿Ezra? — dijo Rebeca sorprendida—. ¿Qué haces aquí a estas horas?Él sonrió y se acercó, entregándole una rosa amarilla.—Vine a verte. No podía quedarme sin saber cómo estabas.Rebeca señaló la sil
Rebeca se mordió el labio inferior, luchando contra la tormenta de emociones que la embargaba. La lluvia seguía golpeando el cristal, como si el clima también compartiera su inquietud.«¿Por qué ahora?», pensó Rebeca. «¿Por qué justo cuando todo parecía estar en calma?»Kelvin la miraba, esperando una respuesta. Sus ojos claros reflejaban la confusión y la sorpresa. Rebeca sabía que no podía ocultar la verdad por mucho más tiempo.—Kelvin, no es solo Alessia —dijo finalmente, su voz temblorosa—. También soy yo. Yo… también siento algo por ti.El silencio se espesó en la pequeña mesa del café. El sonido de las gotas de lluvia parecía ensordecedor. Kelvin no apartó la mirada de Rebeca, como si buscara respuestas en sus ojos.—Rebeca, esto es complicado —murmuró él—. Somos amigos desde hace años. No quiero perder eso.—Lo sé —respondió ella—. Pero no puedo seguir ocultándolo. No puedo seguir viéndote con Alessia y fingir que no me duele.Kelvin tomó su mano, y Rebeca sintió el calor de s
Rebeca al llegar a su casa se derrumbó, a pesar de tener 27 años, sentía que moría por amor. Evelyn notó que su hija no estaba bien, así que fue a su habitación para saber qué pasaba. En cuanto entro, corrió al lado de su hija y la abrazo, entendió que sufría por amor y deseaba poder tener el poder de evitarlo. —Mamá, ¿cómo hiciste para no enamorarte de tu mejor amigo? ¿Cuál es la fórmula? Porque yo no la sé, y siento que muero —dijo Rebeca entre sollozos. Evelyn miró a su hija con ternura, recordando los años en los que ella misma había enfrentado dilemas similares. —Gerald es muy guapo, pero nunca me llamó la atención como hombre —respondió la mujer con honestidad—. Pero, hija, a veces en el corazón no se manda. Además, viste nacer a Kelvin; tienes un vínculo mucho más fuerte del que tengo con Gerald. Rebeca suspiró, sintiéndose atrapada entre la razón y la emoción. —Mamá, por favor no digas eso, me hace sentir vieja. Evelyn sonrió, acariciando el cabello de su hija. —No deb
—Hijo, llegas temprano —Anaís envolvió a Kelvin en un cálido abrazo, sintiendo su corazón latir contra su pecho.—Pedí permiso en el trabajo, tengo algo que hacer hoy mamá —Kelvin se apartó ligeramente y le sonrió.—Con razón, es raro verte temprano en casa. ¿No tienes viajes que hacer? —Anaís le ofreció una taza de café.—No, aún no. Aunque quizás si viaje —Kelvin se sentó en la butaca, apoyando sus manos en la mesa de madera. Su mirada estaba cargada de algo más que cansancio.—¿A dónde vas a viajar? —Anaís se inclinó hacia él, curiosa—. Cuéntame, no me dejes con la intriga.—El abuelo me ofreció una vez vivir en Francia, para estudiar una carrera. Estoy pensando en aceptarlo —Kelvin miró a su madre, buscando alguna señal de aprobación o preocupación.Anaís se asombró. ¿Por qué de repente ese cambio?—¿Francia? Pero siempre dijiste que si estudiaras otra carrera, lo harías aquí en nuestro país.Kelvin suspiró antes de responder.—Mamá, necesito un cambio —Kelvin confesó—. Estar alej