UNA OFENSA NO OLVIDADA. La mansión de Sebastián Storm, un santuario en el mundo humano, estaba sumida en la quietud de la noche. Solo el suave respiro de Erika rompía el silencio de la habitación, donde las sombras danzaban al ritmo de la tenue luz de la luna. Sebastián, incluso en sueños, mantenía un semblante de alerta, como si una parte de él nunca descansara del todo. Un golpeteo insistente en la puerta destrozó la calma. El Alfa abrió los ojos, su instinto lo sacó de la cama sin hacer ruido para no despertar a Erika. Con movimientos ágiles y silenciosos, se dirigió hacia la puerta envuelto en su bata. Al abrir, encontró a uno de sus sirvientes, pálido y con ojos desorbitados. ―Señor, tiene una visita ―dijo el sirviente, su voz apenas un susurro tembloroso. Sebastián frunció el ceño ante la irregularidad de la situación. ―¿A esta hora? ―murmuró para sí mismo. Erika se despertó, su voz teñida de sueño y una coquetería que parecía natural en ella, murmuró. ―¿Qué pasa, amor?
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