La noche cayó y yo no regresé a casa. Estaba demasiado herida para regresar a un lugar donde sus comentarios hirientes superan las buenas cosas que me ha dicho. Renuente a quedarme en ese lugar, camino al pueblo y cuando llego a un hotel, me transformo en humana y camino al vestíbulo donde varios lobos hablan entre sí. — Necesito una habitación y ropa limpia — digo a la mujer lobo detrás del escritorio. — Lo siento, pero no tenemos… — susurra la loba y cuando levanta su mirada, su postura relajada se torna rígida. — Ya mismo se lo conseguiremos, señor Baumann. — Aitana. Solo dígame, Aitana, y por favor, no le diga a mi esposo que estoy aquí — digo deseando que no me encuentre, aunque eso es imposible, por el lugar en el que nos encontramos. — Señora, no entiendo que es lo que sucede entre ustedes, pero,
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