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Todos los capítulos de Dos Alphas para mí: Capítulo 61 - Capítulo 70
70 chapters
Humanos
AIDANCamino con pasos pesados, el suelo bajo mis botas duro como piedra pulida. El bosque quedó atrás hace horas, y la camisa que encontré en una cabaña abandonada me cubre el pecho, áspera, marrón, oliendo a polvo y tiempo. La robé de un tendedero roto, junto con unos pantalones negros que rasgué para que me entraran. No es mucho, pero tapa las cenizas y los tatuajes que serpentean por mis brazos, marcas de una vida que no explico. El amanecer pinta el cielo de naranja, y el sol me calienta la piel, fuerte, vivo, un latido que no entiendo pero que me sostiene. Delante de mí, el mundo humano se abre en un rugido que nunca he visto.Edificios altos, más altos que cualquier árbol, se alzan como gigantes de cristal y acero, reflejando la luz en miles de colores. Coches rugen por las calles, bestias de metal que escupen humo, y el aire está lleno de sonidos: bocinas, voces, pasos. Todo es demasiado. Mis ojos saltan de un lado a otro, tratando de entender. Hay gente por todas partes, más
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Placer y sangre
ENZOVuelvo con la rabia latiendo en mis venas, el recuerdo de las llamas de ese mocoso, Aidan, quemándome la mente como un insulto. Se escapó. Un intento de lobo insolente que osa arder bajo el sol y desafiarme. ¿Cree que puede huir de mí? Patético. No hay rincón en este mundo que me oculte lo que es mío.Mi dominio me espera, un imperio de sombras y sangre que doblego con un chasquido.Mi granja. Mi trono.Que tiemble quien ose cruzarme.El sendero se retuerce entre colinas áridas, un laberinto que ningún lobo tiene el valor de profanar. El aire lleva mi aroma, un perfume de muerte y poder que doblega incluso al viento. Llego al borde del valle, mi mano rozando el arco de piedra negra, runas que brillan rojas como sangre fresca bajo mi toque. El collar en mi cuello vibra, un juguete encantado que me deja reírme del sol. Soy más que ellos. Siempre lo he sido.— Ábrete —ordeno, y la piedra obedece, deslizándose con un gemido que suena a súplica.El valle se despliega ante mí, una joya
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Brujas
AIDANCorro, el bosque abriéndose bajo mis pies, ramas rasgándome los brazos. La frontera humana está cerca, y no miro atrás. No puedo. El aire quema mis pulmones, el ruido de la ciudad todavía zumbando en mis oídos. Tengo que salir de aquí, llegar a Lois. Mis piernas empujan, rápidas, más de lo que deberían, y el collar en mi cuello vibra, frío, manteniéndome oculto.Llego al borde, árboles altos dándome sombra, y me detengo, agachado tras un arbusto. Miro. Al este, el territorio vampírico arde, llamas vivas devorando todo, un muro rojo que ilumina el cielo con humo negro. Pero adelante, la frontera humana está cerrada. Hombres como los de la ciudad forman líneas, armaduras oscuras brillando bajo el sol, armas largas apuntando al bosque. Resguardan su perímetro, máscaras reflejando la luz, pasos firmes. No me asustan. Lo que me inquieta es el olor. Fuerte, como incienso quemado, pero más pesado. Huele a muerte.Me quedo quieto, mis ojos barriendo su formación. Busco una brecha, un hu
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Protegerlo
La pequeña casa olía a madera húmeda y ceniza, un refugio improvisado tras la destrucción del castillo. Las paredes crujían bajo el peso del viento, y las ventanas, apenas cubiertas con tablas, dejaban pasar hilos de luz gris. Thorne estaba sentado en una silla tallada, la única pieza que sobrevivía del esplendor perdido, su figura imponente inclinada por el cansancio. No lucía en su mejor momento: el pelo despeinado, las manos marcadas por cortes recientes, y un brillo opaco en sus ojos. Pero allí estaba, presidiendo el consejo, porque debía. El castillo podía estar en ruinas, destrozado por la furia de sus hijos, pero su autoridad no se doblegaba.Enzo no estaba. Su ausencia pesaba en la sala, un hueco que nadie mencionaba, pero todos sentían. En su lugar, frente a Thorne, estaba ella: Valyerek, la nueva representante de los humanos. Era joven, demasiado joven para un cargo así, con el pelo rubio cayendo suelto sobre los hombros, su cuerpo envuelto en cuero marrón ajustado, cubierto
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Lucha con las brujas
El bosque de troncos plateados temblaba bajo una luz tenue, las hojas doradas cayendo lentas en un silencio roto por el crujir de la tierra. Aidan estaba en el centro, su cuerpo golpeado, sangre goteando de un corte en el brazo, su camisa rasgada colgando en jirones. Las brujas lo rodeaban, unas veinte figuras etéreas, sus túnicas blancas y grises ondeando como niebla viva, sus ojos brillando en tonos de gris, verde, violeta y azul. No sabían qué era él, una criatura que no encajaba en sus runas ni en sus cánticos, pero lo querían muerto.Una de ellas, de pelo negro como tinta, lanzó un látigo de sombras que cortó el aire, azotando el pecho de Aidan. Él gruñó, retrocediendo un paso, pero levantó un puño y golpeó, su fuerza pura estrellándose contra el rostro de otra, de pelo rojo brillante. La cabeza de la bruja se torció con un crujido seco, cayendo al suelo, su cuerpo desplomándose como un títere roto. Las demás sisearon, un sonido que llenó el aire de espinas invisibles, y atacaron
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Gravedad
EMMANUELCorremos, el bosque quedando atrás, el peso de Lois en los brazos de Ezequiel sobre mi lomo. Mi forma de lobo corta el aire, garras clavándose en la tierra, el olor a sangre seca de Lois llenándome la nariz. No pienso en Aidan, no pienso en las brujas, solo en ella, su respiración débil, su cuerpo colgando como si ya no estuviera aquí. La manada está cerca, el olor familiar de lobos y madera quemada tocándome, y acelero, Ezequiel aferrándose a mi pelaje mientras cruzamos el último claro.Llegamos al borde, el hospital al pie de las colinas, un edificio bajo de piedra y metal que nunca me gustó. Me transformo, el pelaje dando paso a mi piel, y Ezequiel baja con Lois, su rostro duro pero sus manos temblando mientras la sostiene. Corremos dentro, las puertas abriéndose con un chirrido, y los doctores nos ven, sus ojos abriéndose al ver el estado de Lois.— ¡Por aquí! —grita una, de pelo corto y bata blanca, señalando una camilla.Ezequiel la pone con cuidado, y los doctores se a
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La sangre de Lois
ENZONo entiendo qué pintan los humanos aquí. Sus fronteras están cerradas, cazadores con armas brillando bajo el sol, y ese olor a muerte que no se va. No han abandonado la línea, ni siquiera después de que apagaron el fuego que cruzaba de mi territorio al suyo por donde cruzó Aidan, el maldito Aidan en fuego, un fuego que no debería haberse detenido, al menos no como parecía… No parecía que iba a apagarse.No me gusta. Hay algo en ellos, en esa mujer rubia, Valyerek, con sus tatuajes que no son tatuajes. No son humanos, no del todo, y mi piel lo sabe, aunque mi mente no lo descifre.Solo bastó verlos una vez para saber que algunas cosas ya han cambiado con ellos. ¿De qué me estoy perdiendo?Camino hacia el territorio de Thorne, el olor a lobo llenándome la nariz. La manada está tensa, sus patrullas moviéndose en las sombras, y el cielo gris pesa como una losa. Thorne está aquí, lo sé, aunque no quiere verme.Se abre paso entre sus lobos y se acerca a mí.—Sé que todo esto es un fast
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Conexión
LOISEl mundo es oscuro, pesado, un bosque plateado que me ahoga. Árboles altos brillan, sus hojas doradas cayendo lentas, pero no tocan el suelo. Estoy atada, cuerdas cortándome, y la sangre sale, goteando en frascos que brillan rojo. Voces susurran, un cántico que me quema, y las sombras se mueven, veinte figuras, sus ojos violetas, grises, verdes, clavándose en mí. Quiero gritar, pero mi voz no sale. Aidan, pienso, y su rostro aparece, ardiendo, sus ojos oscuros buscándome. Pero no está aquí. Estoy sola, y la sangre sigue cayendo, llevándome con ella.Despierto con un jadeo, mi pecho subiendo rápido, el aire cortándome la garganta. Todo duele. Mi cuerpo es un peso muerto, mis brazos pesados, y siento cosas pegadas a mí, tubos, cables, una máquina pitando a mi lado. Estoy en una cama, una habitación blanca, fría, y el olor a metal y sangre me llena la nariz. Mi corazón late fuerte, demasiado fuerte, y mi voz sale, débil, rota.— Aidan… —susurro, y las lágrimas queman mis ojos.Abro
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Conejito
ENZOEl bosque plateado brilla bajo un cielo que no debería existir, los troncos reluciendo como si sangraran luz, las hojas doradas cayendo lentas, atrapadas en un tiempo roto. El olor de Aidan está aquí, ceniza y sangre, un rastro que me guía desde que probé la sangre de esa omega, Lois, y vi este lugar en mi mente. Runas rojas, Aidan ardiendo, los gemelos borrosos. No sé qué significa, pero lo encontraré. Lo cazaré.Lo siento antes de verlo, una sensación de calor que no pertenece a los lobos. Está cerca. Mis ojos recorren los árboles, y ahí está, una sombra moviéndose rápido, su figura encorvada, corriendo entre las raíces plateadas. Aidan.Pobre conejo, pensando que puede escapar de mí. Mis piernas se mueven, más rápidas que el viento, y lo sigo, el aire cortándose a mi paso. Salta una raíz, su respiración pesada, pero estoy sobre él en un instante, mi mano rozando su espalda antes de que gire, sus ojos tan llenos de pánico.— ¿Vas a hacer ese truco de nuevo? —pregunto, mi voz su
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No lo toques
THORNEEl bosque plateado arde en mi visión, las llamas de Aidan lamiendo los árboles, hojas doradas cayendo como cenizas.No es vampiro, no es lobo, pero no me importa qué es. Es una amenaza, una mancha en mi territorio, y no lo dejaré correr más. ¿Se cree que puede entrar y salir cuando quiere?Mi cuerpo se enciende, fuego rugiendo en mis venas, y salto sobre él. Aidan retrocede, su collar brillando, pero es lento, torpe, no rival para mí. Mi puño lo alcanza, un golpe brutal en su cabeza que lo arroja al suelo, su fuego apagándose como una vela bajo la lluvia. Un quejido sale de sus labios, sangre goteando de su frente, y su cuerpo se queda quieto, malherido, apenas consciente.¿Creía que íbamos a pelear? No tiene la más mínima posibilidad contra mí.Enzo se mueve, rápido, sus colmillos brillando bajo la luz plateada, acercándose al chico como un buitre. Mi gruñido lo detiene, profundo, animal, y me planto entre él y Aidan, mi sombra cubriendo el cuerpo roto.— No te acerques al muc
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