41. TRAGEDIA.
El inusual comentario de Sor Inés provocó una risa colectiva, resonando en la estancia. Sor Caridad, sin embargo, dirigió una mirada de reproche hacia ella, un gesto que desembocó en una reprimenda, como era costumbre.—Ja, ja, ja… ¡Ay hermana! No deberías soltar tales ocurrencias —advirtió Sor Caridad, su tono un tanto regañón.—Mis disculpas, hermana, pero es lo que parecía. Por favor, continúe con su relato. ¿Qué sucedió? ¿La forzaron a casarse con el anciano?Sor Caridad tomó un respiro antes de proseguir. El misterio flotaba en el aire, una expectativa palpable.—Escuchaba las conversaciones de los hombres a escondidas, entiendes. Al principio, no me pareció que hablaran de mí, ja, ja, ja… Era como si estuvieran discutiendo sobre una vaca, así lo sentí, querida hermana. El médico decía que solo necesitaba descanso, achacando mi malestar a la fatiga. Me concedieron el permiso de reposar.—Eso es positivo, entonces. No tuviste que bajar a la fiesta, lo que significa que no te casa
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