Los invitados comenzaron a gritar cuando los disparos resonaron en el ambiente. Eros, al escuchar los tiros, se giró hacia la entrada de la carpa. Allí, sólo pudo distinguir a los salvajes abalanzándose sobre un grupo de hombres, pero su avance fue detenido por las balas que los derribaban implacablemente. En medio de la confusión, Eros miró a Danna afligida, quien tenía un nudo en la garganta, le susurró. —Sabes que debes irte, protege a mis hijas —Mientras le daba un tierno beso en los labios. A regañadientes, Danna sabía que no podía quedarse y luchar, aunque ese era su deseo. Tenía que proteger a Eos. Sintió cómo la arrastraban hacia atrás. —Danna, tenemos que abandonar este lugar, por favor, vámonos, yo te cubro —Maya, expresó con evidente preocupación. Sabía que su amiga estaba sufriendo al dejar a su amado atrás. Sin perder tiempo, Maya sacó un arma de fuego y volvió a jalar a Danna, instándola a correr hacia la mansión. Danna obedeció y se adentra por un pasillo lateral de
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