Perseo, cegado por la ira, anhelaba matarla con sus propias manos. Estaba frustrado por no poder transformarse, pues la conexión con su lobo se había desvanecido. Con un gesto rápido y preciso, colocó la fría hoja de la espada contra el delicado cuello de Eos.—Tú no te apartas de este lugar. Soy tu verdugo, y pondré fin a esta oscura maldad —susurró con voz temblorosa, resonando el peso de la venganza en cada palabra.—Deja de pronunciar necedades, cuñado. Ella es tu mate, tu luna, tu amor. Tienen dos pequeños lobos inocentes —gritó Eda comprendiendo la lucha interna que enfrentaba su hermana.—Eda, está hechizado y no comprende. — Sus ojos ardientes de tristeza no los apartó en ningún momento de él, dejó caer la espada desprecio en sus pies—. No voy a pelear contigo. Si pretendes arrebatarme la vida, hazlo de una vez, no lucharé contra mi mate, el papá de mis cachorros, el lobo que con sus actos de cariño y amor ha penetrado hasta lo más profundo de mi corazón.—Si desea a tu lobo,
Leer más