—¡Nunca más vuelva a tocarme!—amenazó la mujer, dándole una fuerte cachetada en el rostro. Por reflejo, Henrick llevó su mano derecha al lugar en donde había sido golpeado, dándose cuenta de que ahora no únicamente su labio inferior sangraba, sino que, además, Eloísa acababa de abofetearlo. «¡Chiquilla insolente! ¿Cómo se atrevía a hacer semejante cosa?», se preguntó, mirándola con odio renovado. —¡Lárguese!—ordenó la chica sin acobardarse ante lo que acababa de hacer.No le atemorizaba la mirada que el hombre le estaba dedicando, lo quería fuera de su vista cuánto antes. —¿Cómo te atreves?—la voz de Henrick surgió baja, mortal, mientras daba un paso al frente. Ante el inminente peligro, Eloísa retrocedió un paso, pero sin dejar de observarlo de forma desafiante. —Usted se lo busco—contestó entonces—. ¡Escúcheme muy bien, señor Collen, no quiero que nunca más vuelva a ponerme sus sucias manos encima, ¿le quedó claro?!—advirtió fieramente. Henrick arrugó la nariz como un animal r
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