Una sola maleta fue suficiente para empacar todas sus pertenencias, después de todo únicamente le interesaba llevarse consigo las cosas que había traído desde Suiza, el resto podía quedarse en esa mansión o en propiedad de Helena. Eloísa salió de la mansión Collen esa mañana, rumbo a un destino mucho más caótico. No tenía idea de cuál sería el lugar donde la llevarían, pero no necesitaba ser muy inteligente para intuir que no sería bueno."Mudanza", la idea de estar en un nuevo lugar a merced del hombre que la había obligado a firmar un contrato que estaba a punto de acabar con su vida, no le hacía nada de gracia. ¿Pero qué podía hacer? Hacía tiempo que había dejado de ser dueña de su vida y ahora no era más que otra marioneta movida al antojo de Henrick Collen, pero a pesar de su cruel destino, estaba decidida a no dejarle al hombre las cosas fáciles. —Llegamos—anunció Arno deteniendo el automóvil. Únicamente en ese instante, Eloísa se permitió mirar a su alrededor. El color ver
Era de noche, cuando Eloísa se animó a salir de su habitación y explorar los alrededores de su nueva morada. Se había mantenido encerrada en las últimas horas, debido a que Henrick había decidido permanecer por más tiempo en la casa.«Seguramente solo quiso fastidiarme», pensó la joven, ofuscada. Aliviada de saber que ya no estaba, se permitió vagar por los rincones. La casa no era precisamente pequeña, pero sí bastante acogedora. Cada uno de los miembros del personal de servicio, se habían presentado ante ella, ofreciendo sus atenciones de manera amable. Se trataban únicamente de dos mujeres: Olga y Maura. El resto del personal, eran los hombres de Henrick, quienes custodiaban la casa como si esperarán una invasión militar o como si esperarán que ella saliera corriendo en cualquier momento con la intención de escapar. Indudablemente, no sucedería ninguna de las dos opciones. Eloísa estaba demasiado cansada de todo como para pensar en escapes y planes que no la llevarían a nada. Lo
Los síntomas de embarazo empeoraban con el pasar de los días, ya no eran únicamente las náuseas matutinas, sino que además, había empezado a agarrarle repulsión a sus comidas favoritas. —Pero debes de comer algo, Eloísa—la regañó su hermana, al ver que había dejado su almuerzo prácticamente intacto. —Ya te dije que no me gusta—se quejó la chica en tono caprichoso. —Entonces, elige otra cosa, ¿qué quieres comer? —No me apetece nada—la realidad era que había perdido por completo el apetito en los últimos días. —Lo ves—Helena negó con frustración—, no puede ser así. Tienes que alimentarte—insistió. Eloísa sabía que su hermana tenía razón, pero la estaba pasando bastante mal. Su estómago rechazaba todo lo que ingería y se la pasaba a cada rato corriendo al baño para vomitar. —Helena, por favor no insistas. La mayor suspiró, su hermana se veía realmente demacrada. —Está bien, llamaré a la doctora para que te recete algo que te ayude con las náuseas. Luego de informarle a la docto
A medida que pasaban los días, Henrick no dejaba de preguntarse qué era eso que sentía cuando estaba con Eloísa. Su cuñada era como una fierecilla y la mayoría del tiempo se la pasaban discutiendo, pero había momentos en los que una extraña neblina parecía envolverlos a ambos. En esos momentos sus miradas se encontraban y no únicamente para retarse, sino que era como si pudiesen conectarse de una manera mucho más profunda. El hombre sabía que esos sentimientos no estaban bien y quería alejarse, después de todo, Eloísa no era más que una pieza en su juego ajedrez. ¿Pero por qué no podía? Se sentía como una polilla que era atraída hacia una brillante luz, una luz que lo había cautivado en un momento que no podía definir. ¿Cuándo sucedió? ¿Cuándo comenzó a dejarse llevar por esos sentimientos? Eloísa le gustaba, eso lo tenía bastante claro, era una chica joven y preciosa, pero más allá de gustarle, la mujer despertaba algo en su interior. Y sea lo que sea que despertaba, él se nega
Henrick recostó a Eloísa sobre la cama, y la miró intensamente por un par de segundos, antes de inclinarse nuevamente para apresar sus labios. No podía negarlo, los labios de la joven eran adictivos, lo supo desde el primer instante en que los había probado. Eloísa suspiró en medio de aquel beso y se aferró al hombre que tenía encima. No quiso pensar mucho en lo que hacía y se dejó llevar por lo que estaba sucediendo. Beso tras beso fue depositado sobre la piel de su cuello, los ojos de Eloísa se mantenían cerrados mientras disfrutaba de todo aquello. Esta vez no los invadía simplemente el desenfreno de la pasión, era como si ambos quisieran disfrutar plenamente de cada segundo que estaban compartiendo. ¿Quién era este hombre que la acariciaba y la besaba con tanta ternura?Estaba segura de que no era el Henrick que conoció en su llegada en la mansión, este era distinto, era una versión que solamente se permitía ser mostrada ante ella. «No eres especial, Eloísa», le recordó su men
Helena se debatía entre la felicidad y la infelicidad. De día parecía una mujer distinta, sonreía a cada instante y visitaba tiendas para bebés, sin embargo, en las noches, el alcohol se había vuelto su único amigo y los empleados se habían acostumbrado a encontrarla inconsciente en el frío piso de su habitación. Henrick había sido informado sobre esta situación, por lo que se había presentado en la mansión con la única intención de comprobar con sus propios ojos que Helena había caído en el vicio del alcoholismo. —Suelta eso—ordenó cuando entró en la recámara y atrapó a su esposa a punto de comenzar con su jornada de embriaguez. La mujer se quedó paralizada ante su potente voz y luego negó con altanería, sin deshacerse del vaso de whisky que sostenía en su mano derecha. —No tienes ningún derecho a darme órdenes—la voz de Helena se alzó como en muy pocas ocasiones ocurría. —Sabes muy bien que eso no es cierto—la contradijo el hombre con superioridad. Era normal para él, sentirs
Helena no dejaba de observar las revistas que se encontraban esparcidas sobre la cama. Había ordenado a su asistente que vaciara todos los puestos de prensa que encontrará. Su foto y la foto de su amargado esposo, tenía más de un mes circulando en los principales tabloides. La más reciente noticia se trataba de la cena que habían protagonizado la noche anterior, en un lujoso restaurante. En las fotografías podía verse una pareja radiante que evidenciaba amor y atención, la cual fue captada de imprevisto, aunque, Helena sabía que aquello no había sido del todo improvisado. Henrick había pagado a un fotógrafo profesional para que hiciese aquellas tomas y luego se había encargado de distribuirlas en el medio como algo meramente casual. A pesar de conocer estos detalles, Helena no podía evitar sentir una pizca de emoción, ya que después de todo, era de ella, de quien hablaban esas revistas y le gustaba ser la protagonista de aquel cuento de hadas, aunque fuese simplemente algo ficticio
Eloísa no podía dejar de maldecir su mala suerte. «¿Cómo fue que terminó viniendo a este lugar?», se preguntó al detallar en el enorme edificio. La verdad era que no quería estar en ese sitio, se sentía ajena, completamente fuera de lugar. —Sube la mirada—la regaño su hermana al darse cuenta de que caminaba cabizbaja. La joven asintió ante la solicitud de la mayor, aunque en el fondo de su ser albergaba un único pensamiento: "Quiero irme" —Infórmale que estoy aquí—el tono de voz que Helena utilizó fue bastante amargo. En ese momento, Eloísa se percató de que algo extraño sucedía, las dos mujeres, frente a ella, se veían fijamente con mucho desagrado. —¿Acaso no me has escuchado?—y la tensión se incrementó tras aquella pregunta que evidenciaba un tono bastante amenazante. —Por supuesto, acompáñenme—la secretaria se levantó elegantemente de su puesto y se dispuso a dirigirlas a la oficina de su jefe.Emma tocó la puerta con cautela y dijo en un tono burlesco: —Señor, su esposa h