A medida que pasaban los días, Henrick no dejaba de preguntarse qué era eso que sentía cuando estaba con Eloísa. Su cuñada era como una fierecilla y la mayoría del tiempo se la pasaban discutiendo, pero había momentos en los que una extraña neblina parecía envolverlos a ambos. En esos momentos sus miradas se encontraban y no únicamente para retarse, sino que era como si pudiesen conectarse de una manera mucho más profunda. El hombre sabía que esos sentimientos no estaban bien y quería alejarse, después de todo, Eloísa no era más que una pieza en su juego ajedrez. ¿Pero por qué no podía? Se sentía como una polilla que era atraída hacia una brillante luz, una luz que lo había cautivado en un momento que no podía definir. ¿Cuándo sucedió? ¿Cuándo comenzó a dejarse llevar por esos sentimientos? Eloísa le gustaba, eso lo tenía bastante claro, era una chica joven y preciosa, pero más allá de gustarle, la mujer despertaba algo en su interior. Y sea lo que sea que despertaba, él se nega
Henrick recostó a Eloísa sobre la cama, y la miró intensamente por un par de segundos, antes de inclinarse nuevamente para apresar sus labios. No podía negarlo, los labios de la joven eran adictivos, lo supo desde el primer instante en que los había probado. Eloísa suspiró en medio de aquel beso y se aferró al hombre que tenía encima. No quiso pensar mucho en lo que hacía y se dejó llevar por lo que estaba sucediendo. Beso tras beso fue depositado sobre la piel de su cuello, los ojos de Eloísa se mantenían cerrados mientras disfrutaba de todo aquello. Esta vez no los invadía simplemente el desenfreno de la pasión, era como si ambos quisieran disfrutar plenamente de cada segundo que estaban compartiendo. ¿Quién era este hombre que la acariciaba y la besaba con tanta ternura?Estaba segura de que no era el Henrick que conoció en su llegada en la mansión, este era distinto, era una versión que solamente se permitía ser mostrada ante ella. «No eres especial, Eloísa», le recordó su men
Helena se debatía entre la felicidad y la infelicidad. De día parecía una mujer distinta, sonreía a cada instante y visitaba tiendas para bebés, sin embargo, en las noches, el alcohol se había vuelto su único amigo y los empleados se habían acostumbrado a encontrarla inconsciente en el frío piso de su habitación. Henrick había sido informado sobre esta situación, por lo que se había presentado en la mansión con la única intención de comprobar con sus propios ojos que Helena había caído en el vicio del alcoholismo. —Suelta eso—ordenó cuando entró en la recámara y atrapó a su esposa a punto de comenzar con su jornada de embriaguez. La mujer se quedó paralizada ante su potente voz y luego negó con altanería, sin deshacerse del vaso de whisky que sostenía en su mano derecha. —No tienes ningún derecho a darme órdenes—la voz de Helena se alzó como en muy pocas ocasiones ocurría. —Sabes muy bien que eso no es cierto—la contradijo el hombre con superioridad. Era normal para él, sentirs
Helena no dejaba de observar las revistas que se encontraban esparcidas sobre la cama. Había ordenado a su asistente que vaciara todos los puestos de prensa que encontrará. Su foto y la foto de su amargado esposo, tenía más de un mes circulando en los principales tabloides. La más reciente noticia se trataba de la cena que habían protagonizado la noche anterior, en un lujoso restaurante. En las fotografías podía verse una pareja radiante que evidenciaba amor y atención, la cual fue captada de imprevisto, aunque, Helena sabía que aquello no había sido del todo improvisado. Henrick había pagado a un fotógrafo profesional para que hiciese aquellas tomas y luego se había encargado de distribuirlas en el medio como algo meramente casual. A pesar de conocer estos detalles, Helena no podía evitar sentir una pizca de emoción, ya que después de todo, era de ella, de quien hablaban esas revistas y le gustaba ser la protagonista de aquel cuento de hadas, aunque fuese simplemente algo ficticio
Eloísa no podía dejar de maldecir su mala suerte. «¿Cómo fue que terminó viniendo a este lugar?», se preguntó al detallar en el enorme edificio. La verdad era que no quería estar en ese sitio, se sentía ajena, completamente fuera de lugar. —Sube la mirada—la regaño su hermana al darse cuenta de que caminaba cabizbaja. La joven asintió ante la solicitud de la mayor, aunque en el fondo de su ser albergaba un único pensamiento: "Quiero irme" —Infórmale que estoy aquí—el tono de voz que Helena utilizó fue bastante amargo. En ese momento, Eloísa se percató de que algo extraño sucedía, las dos mujeres, frente a ella, se veían fijamente con mucho desagrado. —¿Acaso no me has escuchado?—y la tensión se incrementó tras aquella pregunta que evidenciaba un tono bastante amenazante. —Por supuesto, acompáñenme—la secretaria se levantó elegantemente de su puesto y se dispuso a dirigirlas a la oficina de su jefe.Emma tocó la puerta con cautela y dijo en un tono burlesco: —Señor, su esposa h
—¡Ya basta, Helena!—aquella orden tomó desprevenida a la mujer, quien no podía creer que la estuviese desautorizando frente a su amante. —¿Qué dices? Pero si…—Vete de aquí, Emma—ordenó Henrick antes de enfocarse únicamente en su alterada esposa. Una vez la puerta de la oficina se cerró, los ojos grises de Henrick se clavaron en la mujer frente a él. —¿Qué pretendes?—la encaró con brusquedad una vez estuvieron a solas. Helena no pudo entender la razón de su pregunta, por lo que se quedó en silencio esperando que fuese un poco más específico. —¿Qué pretendes al traer a Eloísa a la empresa?—decidió el hombre ser más directo al hablar. —No estamos hablando de…—Fui bastante claro contigo, Helena—la cortó tajantemente, se veía realmente molesto—. No es conveniente que se muestren juntas. —Lo sé, pero es muy pronto para que se note su embarazo, nadie sospechara de que…—¡Basta, no pienso tolerar ni una tontería más de tu parte! —¿A qué te refieres? —A partir de hoy, tienes prohib
"Ya está en casa como ordenó" Eloísa regresó a la casa campestre en compañía de los hombres de Henrick, no volvió a mirar a su hermana en esa tarde, pero supuso que se había regresado por su propia cuenta. Por su parte, Henrick no podía dejar de observar la fotografía dónde se mostraba a la joven tan cómoda en los brazos de otro. Sabía que era tonto sentirse incómodo por algo como eso, pero, la realidad era que, la sensación que le transmitía esa simple imagen no era para nada grata. Él no sabía de qué se trataba, pero sea lo que sea, no quería sentirse de esa manera. Aun así, su pecho ardía de una forma que no podía comprender, era una sensación molesta que lo llenaba poco a poco, a medida que los malos pensamientos se incrementaban. Sus pensamientos lo llevaban a posibilidades que no quería se volviesen realidad, la primera de todas ellas, era la posibilidad de que Eloísa sintiera algo por ese hombre. ¿Amor, cariño o amistad? Sin importar el sentimiento, prefería que la joven
No supo con exactitud cuánto tiempo pasó, la realidad era que sus ojos no querían ser abiertos. La sensación de unos labios ajenos sobre su piel escalaba con cada segundo. El hombre besó su frente prolongadamente, para luego pasar a otras áreas de su cara. Cuando se percató no hubo espacio en su rostro que no hubiese sido besado. Era extraño. No percibía la lujuria o el desenfreno típico de aquel sujeto, sus besos parecían ser únicamente un gesto de completa devoción y afecto. De pronto, los ojos de la mujer se abrieron completamente, no pudo evitar sorprenderse ante la sensación de una mano tocando su bajo vientre. Eloísa abrió sus ojos, pero Henrick no la estaba viendo, seguía con su visión cerrada, mientras su mano acariciaba aquel lugar donde sus hijos se formaban. «¿De qué se trataba todo esto?», volvió a preguntarse, ahora mucho más confundida que antes. Tratando de regresar a la realidad, la joven intentó apartar su mano, provocando que los ojos del hombre la mirarán muy