—Isa. Helena había entrado en la habitación de su hermana, encontrándose con la imagen de la joven mucho más animada. Eloísa se hallaba frente al espejo, cepillando su largo cabello con una mirada risueña. La mayor rápidamente recordó lo que había visto más temprano en ese día y se animó a investigar, si esa era la razón de su alegría. —¿Te sientes mejor?—preguntó con cautela.—Sí, lo estoy—admitió Eloísa con voz arrepentida. Recordaba haber tratado muy mal a su hermana en los últimos días. —Eso me alegra. Helena tomó asiento en la cama, sopesando la manera correcta de tratar aquel tema. ¿Cómo preguntarle si su buen humor se debía a causa de aquel jardinero?—¿Y tú? La voz de Eloísa interrumpió sus cavilaciones anteriores. —Ahora que te veo, mucho mejor. —Lo lamento, Helena. No fue mi intención descargar contigo mi frustración.La joven había dejado de lado el cepillo y se giró para mirar a su hermana con la sinceridad bañando sus orbes. —Lo sé, no te preocupes, por eso—su her
Eloísa estaba dormida para el momento en que Henrick entró a la habitación. El hombre miró la silueta de la mujer sobre la cama y cerró la puerta con seguro. No sabía exactamente qué hacía ahí, pero sentía un fuerte impulso que no podía contener. La rabia carcomía su sistema a una velocidad sorprendente, mientras se imaginaba a la insulsa chica en compañía de otro hombre. ¿Acaso creía que podía faltarle al respeto de esa forma? ¡De ninguna manera! No lo permitiría. Mientras Eloísa viviera en su casa y estuviese bajo la vigencia del contrato, él tenía absoluto control sobre ella. Le pertenecía de alguna manera, pero aparentemente, la chica no lo había entendido aún. El cuerpo de Eloísa se estremeció ante el sonido de un jarrón romperse. Sus ojos somnolientos se fueron abriendo lentamente, para encontrarse con una alta figura en la penumbra de su habitación. «¿Henrick?», se preguntó tratando de aclarar su confundida visión. —¿Quién era?—la voz del hombre confirmó sus sospechas, s
—¡Nunca más vuelva a tocarme!—amenazó la mujer, dándole una fuerte cachetada en el rostro. Por reflejo, Henrick llevó su mano derecha al lugar en donde había sido golpeado, dándose cuenta de que ahora no únicamente su labio inferior sangraba, sino que, además, Eloísa acababa de abofetearlo. «¡Chiquilla insolente! ¿Cómo se atrevía a hacer semejante cosa?», se preguntó, mirándola con odio renovado. —¡Lárguese!—ordenó la chica sin acobardarse ante lo que acababa de hacer.No le atemorizaba la mirada que el hombre le estaba dedicando, lo quería fuera de su vista cuánto antes. —¿Cómo te atreves?—la voz de Henrick surgió baja, mortal, mientras daba un paso al frente. Ante el inminente peligro, Eloísa retrocedió un paso, pero sin dejar de observarlo de forma desafiante. —Usted se lo busco—contestó entonces—. ¡Escúcheme muy bien, señor Collen, no quiero que nunca más vuelva a ponerme sus sucias manos encima, ¿le quedó claro?!—advirtió fieramente. Henrick arrugó la nariz como un animal r
—Ven, siéntate con cuidado—indico Helena, cuando llegaron a la habitación de Eloísa. La mujer se apresuró en llamar a una de las empleadas del servicio y pidió que le sirvieran una bandeja de frutas recién cortadas. —¿Qué haces, Helena?—suspiro Eloísa, sintiéndose de pronto muy agobiada. Su hermana se estaba comportando de una forma bastante extraña. —Debes empezar a alimentarte bien—contestó ella a su pregunta—. Son dos bebés, Eloísa, necesitarás de muchos cuidados. Al poco tiempo llamaron a la puerta y Eloísa hizo el gesto de levantarse para atender, sin embargo, su hermana se apresuró a hacerlo por ella. —Yo abriré—anunció dirigiéndose a la salida.Helena regresó con una bandeja en sus manos y se sentó a un lado de la menor en la cama. —Ven, abre la boca—indicó con voz suave, mientras tomaba con el tenedor un pedazo de fruta. A Eloísa no le quedó más alternativa que obedecer y, de esa manera, fue alimentada por su hermana. —Me muero por saber que serán—empezó Helena a divag
Una sola maleta fue suficiente para empacar todas sus pertenencias, después de todo únicamente le interesaba llevarse consigo las cosas que había traído desde Suiza, el resto podía quedarse en esa mansión o en propiedad de Helena. Eloísa salió de la mansión Collen esa mañana, rumbo a un destino mucho más caótico. No tenía idea de cuál sería el lugar donde la llevarían, pero no necesitaba ser muy inteligente para intuir que no sería bueno."Mudanza", la idea de estar en un nuevo lugar a merced del hombre que la había obligado a firmar un contrato que estaba a punto de acabar con su vida, no le hacía nada de gracia. ¿Pero qué podía hacer? Hacía tiempo que había dejado de ser dueña de su vida y ahora no era más que otra marioneta movida al antojo de Henrick Collen, pero a pesar de su cruel destino, estaba decidida a no dejarle al hombre las cosas fáciles. —Llegamos—anunció Arno deteniendo el automóvil. Únicamente en ese instante, Eloísa se permitió mirar a su alrededor. El color ver
Era de noche, cuando Eloísa se animó a salir de su habitación y explorar los alrededores de su nueva morada. Se había mantenido encerrada en las últimas horas, debido a que Henrick había decidido permanecer por más tiempo en la casa.«Seguramente solo quiso fastidiarme», pensó la joven, ofuscada. Aliviada de saber que ya no estaba, se permitió vagar por los rincones. La casa no era precisamente pequeña, pero sí bastante acogedora. Cada uno de los miembros del personal de servicio, se habían presentado ante ella, ofreciendo sus atenciones de manera amable. Se trataban únicamente de dos mujeres: Olga y Maura. El resto del personal, eran los hombres de Henrick, quienes custodiaban la casa como si esperarán una invasión militar o como si esperarán que ella saliera corriendo en cualquier momento con la intención de escapar. Indudablemente, no sucedería ninguna de las dos opciones. Eloísa estaba demasiado cansada de todo como para pensar en escapes y planes que no la llevarían a nada. Lo
Los síntomas de embarazo empeoraban con el pasar de los días, ya no eran únicamente las náuseas matutinas, sino que además, había empezado a agarrarle repulsión a sus comidas favoritas. —Pero debes de comer algo, Eloísa—la regañó su hermana, al ver que había dejado su almuerzo prácticamente intacto. —Ya te dije que no me gusta—se quejó la chica en tono caprichoso. —Entonces, elige otra cosa, ¿qué quieres comer? —No me apetece nada—la realidad era que había perdido por completo el apetito en los últimos días. —Lo ves—Helena negó con frustración—, no puede ser así. Tienes que alimentarte—insistió. Eloísa sabía que su hermana tenía razón, pero la estaba pasando bastante mal. Su estómago rechazaba todo lo que ingería y se la pasaba a cada rato corriendo al baño para vomitar. —Helena, por favor no insistas. La mayor suspiró, su hermana se veía realmente demacrada. —Está bien, llamaré a la doctora para que te recete algo que te ayude con las náuseas. Luego de informarle a la docto
A medida que pasaban los días, Henrick no dejaba de preguntarse qué era eso que sentía cuando estaba con Eloísa. Su cuñada era como una fierecilla y la mayoría del tiempo se la pasaban discutiendo, pero había momentos en los que una extraña neblina parecía envolverlos a ambos. En esos momentos sus miradas se encontraban y no únicamente para retarse, sino que era como si pudiesen conectarse de una manera mucho más profunda. El hombre sabía que esos sentimientos no estaban bien y quería alejarse, después de todo, Eloísa no era más que una pieza en su juego ajedrez. ¿Pero por qué no podía? Se sentía como una polilla que era atraída hacia una brillante luz, una luz que lo había cautivado en un momento que no podía definir. ¿Cuándo sucedió? ¿Cuándo comenzó a dejarse llevar por esos sentimientos? Eloísa le gustaba, eso lo tenía bastante claro, era una chica joven y preciosa, pero más allá de gustarle, la mujer despertaba algo en su interior. Y sea lo que sea que despertaba, él se nega