Todos los capítulos de No sabía que tuvimos dos hijos. Saga familia Duque. : Capítulo 131 - Capítulo 140
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Amarte es mi condena. Cap. 9: Invadiendo propiedad privada.
Salvador besó el cuello de Majo, saboreó su dulce aroma, y su delicada piel, sintió como ella se estremecía ante las caricias que sus labios dejaban en su garganta; sin embargo ella no era consciente de lo que estaba haciendo, y él no quería que luego fuera a arrepentirse o peor aún que lo acusara de haberse aprovechado. —Creo que es mejor que descanses —susurró, haciendo un esfuerzo sobrehumano intentó separarse de ella, pero Majo lo atrapó con su brazos, y enredó sus piernas en las caderas de él. —No te vayas, no quiero estar sola —susurró, abrió sus ojos y se reflejó en los de él. Arismendi sentía como su sangre se iba encendiendo, la tenía ahí bajo su cuerpo como tantas veces lo soñó, pero ella estaba vulnerable y él no era un cobarde. —Si no me dejas ir, vamos a cometer una locura, y luego te vas a arrepentir. —Se te olvida que somos abogados, no solemos arrepentirnos de nada. La mirada de Arismendi brilló al escucharla, ladeó los labios. —Está bien, si quieres jugar
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Amarte es mi condena. Cap. 10: ¡Te daré un motivo para volver!
Arismendi corrió a su alcoba, se metió a la ducha y en cuestión de cinco minutos salió, se vistió con rapidez, mientras sus hombres alistaban los autos blindados y las armas, no era un delincuente, tampoco un mafioso, pero cuando se trataba de defender a los desvalidos, a los indefensos, y a la gente que él quería, no le importaba convertirse en el mismísimo satanás con tal de hacer justicia. Salió con rapidez por el pasillo, y se encontró con Majo, ella había hecho lo mismo, se había bañado cómo Flash, pero ella seguía envuelta en una bata. —Me están esperando —expuso él con voz ronca y esa seriedad que lo caracterizaba cuando estaba en problemas. Majo tenía el corazón casi en la garganta, lo observó con preocupación, inhaló profundo. —Aún desconozco muchas cosas de ti, no sé si tienes familia, o algo que te haga volver sano y salvo, pero yo te voy a dar un motivo para hacerlo —expresó con firmeza, se acercó a él, se lanzó a sus brazos, lo agarró del cuello y lo besó. El bes
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Amarte es mi condena. Cap. 11: ¡Él es incapaz!
Los mineros se organizaron y escogieron a tres personas, los hombres de más edad, y con mayor experiencia en esas cosas, de inmediato esos individuos escoltados por los hombres de Arismendi se aproximaron a la camioneta.—Doctor, escuchamos su propuesta. Salvador bajó el vidrio, los miró con seriedad. —Les propongo un salario digno, el mismo que ganan los empleados de la mina, a más de las prestaciones legales, y del seguro que deben tener en caso de accidentes, sus hijos pueden estudiar en las escuelas y colegios que hemos construido en la comunidad, sin pagar nada, y tengo un convenio con una universidad, los más grandes cuando se gradúen tienen acceso a becas. —¿Y todo eso es real? ¿Quién nos garantiza que luego nos van a salir con un montón de cuentos?—¡Ya nos han engañado!—Entiendo su malestar, y comprendo la desconfianza, yo soy un hombre de palabra, y todo lo que les ofrezco quedará estipulado en sus respectivos contratos de trabajo que serán sellados ante el ministerio de
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Amarte es mi condena. Cap. 12: Que el infierno arda a nuestro alrededor.
María Joaquina salió corriendo sin rumbo fijo, no podía creer que Sebastián fuera capaz de semejante bajeza, pero ahora que conocía algo de la vida de Salvador, confiaba más en él. Se sentó en una piedra gimoteando, sin tener sus ideas claras. —¿La vas a dejar así? —recriminó Luriel, el hombre sabio de la comunidad, quién era su amigo, su confidente, su consejero—. Ya es hora de que le hables con la verdad, pobre muchacha. Salvador inhaló profundo, apretó los puños. —Tienes razón, el momento de la verdad llegó, espero no sufra mucho. —Más sufre con la incertidumbre —dijo el anciano—, ve y sé sincero. Salvador encontró a Majo llorando como una Magdalena, su corazón se estremeció, detestaba verla así, entonces se aproximó a ella. Majo percibió el crujir de las hojas, miró los zapatos de Salvador, frunció el ceño. —No me hables, no quiero verte, aléjate de mí. —No lo voy a hacer, voy a decirte todo lo que sé acerca de Sebastián Sáenz, pero quiero que te calmes. —¿Vas a inventar
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Amarte es mi condena. Cap. 13: Preparativos.
—Doctor Sáenz. —La voz gruesa de un hombre se escuchó a través de un micrófono, aquel individuo jamás dejaba ver su rostro—, agradecemos su valiosa colaboración con nuestra causa, pero seguimos sin poder encontrar algo que nos lleve a hacer justicia y tener en nuestras manos a Arismendi. —Sé de alguien que puede ayudarnos, y ser pieza clave en esto —comunicó—, busquen a Brenda su asistente personal, esa mujer es clave para desenmascararlo, lleguen a un acuerdo con ella. —Gracias por la importante información, mientras tanto usted debe seguir aquí protegido, ya llegará el momento en que lo podamos liberar —expresó—, sin embargo hay algo que debe conocer, su futura esposa está con ese delincuente. La mirada de Sebastián oscureció, apretó los puños. —Cuando ese infeliz caiga ella se dará cuenta del error, y volverá a mi lado —gruñó.«Y pagarás bien caro tu traición, cambiarme por ese delincuente es lo peor que estás haciendo María Joaquina Duque»****—¿Qué se sabe de la desaparición
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Amarte es mi condena. Cap. 14: Yo te sentencio.
Arismendi supo que era ella, también se preparó como si en verdad fuera el juicio más importante de sus vidas, jamás antes una mujer le había interesado como María Joaquina Duque. Inhaló profundo, se aproximó a la puerta, y abrió. La recorrió de pies a cabeza, ella cubría su cuerpo con una bata de seda negra, una de las que él mandó a comprar para ella, solo en sus locas fantasías la imaginó luciendo ese retal, pero ahora el sueño era verdad. —Adelante —susurró con su voz ronca y varonil. Majo sintió que el estómago se le encogía, la piel se le erizó, entró por delante de él, y miró la alcoba, ella no sabía si en verdad aquel hombre tenía un pacto con el diablo, pero todo lo que se proponía lo conseguía, y ella no sabía como. Había varias velas acomodadas en la cómoda, que alumbraban la alcoba, un humidificador de lámpara por donde desprendía esa exquisita esencia, pétalos de rosas en el piso, además que la música que sonaba en ese momento era de muy buen gusto. Las notas de «Que
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Amarte es mi condena. Cap. 15: ¿Me amas?
Brenda caminaba por las calles de la ciudad, sostenía en sus brazos unas bolsas del supermercado, cuando varias camionetas negras y blindadas le cerraron el paso. —No se asuste, hay alguien que requiere hablar con usted. —No diré nada sin una orden de un juez —comunicó. —No la vamos a interrogar, es solo una charla de amigos —dijo aquel hombre. Brenda miró al caballero en la camioneta, suspiró profundo. —Está bien —comunicó. La ayudaron con las bolsas y la subieron a aquella camioneta. —¿Qué quiere señor Araujo? —indagó ella. —Me gusta que seas una mujer directa, nos vamos a entender de maravilla —expresó el hombre con esa voz firme. —Entonces vamos directo al grano —propuso Brenda, miró a los dos caballeros que tenía frente a ella. —Bien, sabemos que eras la mano derecha de Arismendi, y qué debes tener una valiosa información, tú puedes ser un testigo clave para poder enviar a prisión a ese infeliz. —¿Y qué ganaría yo? —preguntó ella. —Venganza. —La voz de Sebastián se hi
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Amarte es mi condena. Cap. 16: ¡Me declaro culpable!
Salvador reaccionó, parpadeó, y sacudió su cabeza, observó a Majo, los ojos de ella, lo miraban ansiosos, esperando su respuesta, y él no era hombre que se quedaba callado, siempre era directo, pero hablar de amor… En esas circunstancias, no sabía si era lo correcto, pero si deseaba que ella creyera en él, debía hablar con la verdad. —Estoy esperando una respuesta —ordenó Majo, con su voz firme, lo miró como si él estuviera en el banquillo de los acusados y fuera culpable. —Si vas a condenarme por enamorarme de ti, pues me declaro culpable —confesó sin titubear—. Te amo, María Joaquina Duque, no sé cómo ocurrió, no sé si todo empezó como una fantasía…, como un sueño loco, no tengo idea. Majo se estremeció, percibió que su corazón latía desesperado. —¿Y si no soy lo que esperas? ¿Si tus fantasías son solo eso, y en realidad soy diferente? Arismendi la tomó de la mano, y plantó su vista en ella, con esa seguridad que solía demostrar en la mirada. —Eres mejor de lo que soñé, pero ah
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Amarte es mi condena. Cap. 17: ¡Yo lo acuso!
—¿Por qué tuvieron que suceder las cosas así entre nosotros Sebas? —cuestionó con la voz entrecortada—, tal vez debimos terminar antes, porque en verdad tu mundo y el mío eran diferentes, quizás me encariñe con Emilia, no lo sé, me gustaría saber que estás bien y tener una charla tranquila, pero sé que eso no sucederá. —Sollozó, enseguida agarró algunos recuerdos que eran importantes para ella, metió esas cosas en una valija, algunas de sus prendas, y luego de largos minutos que para Salvador se convirtieron en agonía, ella volvió a encender el micro—. Voy de salida.Arismendi soltó un resoplido, sí estaba furioso, ansioso, desesperado.—Ten cuidado.Majo salió del edificio tal como entró, en completa clandestinidad, en ese auto la llevaron a otro apartamento, en el mismo edificio donde residía Arismendi.María Joaquina entró a esa estancia, se sobresaltó cuando las luces se encendieron y se encontró con la mirada inquisidora de Salvador.—¿Cómo se te ocurre apagar el micrófono? —voc
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Amarte es mi condena. Cap. 18: Fantasía hecha realidad.
En cuestión de segundos se encontraban en la alcoba, la habitación había sido decorada con los tonos que a Majo le gustaban, como sí hubiera sido preparada para ella con anticipación. Las sábanas eran de algodón egipcio, suaves, tersas, la temperatura cálida como le agradaba dormir a Majo, y ni hablar de los amplios ventanales, y las persianas que decoraban esas ventanas. Pero ella ni tiempo tuvo de contemplar la alcoba, porque los besos y caricias de Salvador le robaban hasta el aliento. —No vuelvas a apagar un micrófono, por favor —susurró mientras la besaba y sus grandes y fuertes manos le recorrían el talle. —No volveré a hacerlo, no quiero causarte un infarto —bromeó, mientras se mordía los labios y restregaba su cuerpo en la cama, recibiendo las caricias que los labios de Salvador dejaban en su piel. En cuestión de segundos la tuvo desnuda, la contempló, nunca se cansaba de hacerlo, Majo para él era su sueño hecho realidad, entonces cuando él empezó a quitarse la ropa,
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