¿Quieren otro capítulo? ¿Estará segura Majo en el apartamento? Leo sus reseñas, no leo los comentarios dentro de los capítulos, algunos no aparecen.
—¿Por qué tuvieron que suceder las cosas así entre nosotros Sebas? —cuestionó con la voz entrecortada—, tal vez debimos terminar antes, porque en verdad tu mundo y el mío eran diferentes, quizás me encariñe con Emilia, no lo sé, me gustaría saber que estás bien y tener una charla tranquila, pero sé que eso no sucederá. —Sollozó, enseguida agarró algunos recuerdos que eran importantes para ella, metió esas cosas en una valija, algunas de sus prendas, y luego de largos minutos que para Salvador se convirtieron en agonía, ella volvió a encender el micro—. Voy de salida.Arismendi soltó un resoplido, sí estaba furioso, ansioso, desesperado.—Ten cuidado.Majo salió del edificio tal como entró, en completa clandestinidad, en ese auto la llevaron a otro apartamento, en el mismo edificio donde residía Arismendi.María Joaquina entró a esa estancia, se sobresaltó cuando las luces se encendieron y se encontró con la mirada inquisidora de Salvador.—¿Cómo se te ocurre apagar el micrófono? —voc
En cuestión de segundos se encontraban en la alcoba, la habitación había sido decorada con los tonos que a Majo le gustaban, como sí hubiera sido preparada para ella con anticipación. Las sábanas eran de algodón egipcio, suaves, tersas, la temperatura cálida como le agradaba dormir a Majo, y ni hablar de los amplios ventanales, y las persianas que decoraban esas ventanas. Pero ella ni tiempo tuvo de contemplar la alcoba, porque los besos y caricias de Salvador le robaban hasta el aliento. —No vuelvas a apagar un micrófono, por favor —susurró mientras la besaba y sus grandes y fuertes manos le recorrían el talle. —No volveré a hacerlo, no quiero causarte un infarto —bromeó, mientras se mordía los labios y restregaba su cuerpo en la cama, recibiendo las caricias que los labios de Salvador dejaban en su piel. En cuestión de segundos la tuvo desnuda, la contempló, nunca se cansaba de hacerlo, Majo para él era su sueño hecho realidad, entonces cuando él empezó a quitarse la ropa,
Y luego de haber compartido ese momento tan íntimo, tan alucinante, Majo descansaba plácidamente en la cama, como ajena a todo lo que estaba por suceder; sin embargo, Salvador sabía que tanta calma no era buena, conocía a sus enemigos, los había estudiado durante años, y requería aliados, pensó que Abel Zapata podría ser uno de ellos, necesitaba contactar y hablar en persona con él. Entonces dejó a Majo en la cama, sintió la imperiosa necesidad de mirar los documentos que ella había traído, fue hasta la sala, las cosas estaban intactas, inhaló una gran bocanada de aire, agarró el portafolio, y cuando sus dedos estaban por abrir las cerraduras, desistió. Quizás lo que ahí había era algo que debía descubrirlo con Majo, así que no lo abrió, entonces fue al bar de madera que reposaba en una esquina y se sirvió un whisky, contempló desde el piso treinta la ciudad, las luces, y el Golden Gate en todo su esplendor. De pronto sintió unas cálidas manos abrazarlo por la cintura, esa sensació
El fiscal Araujo debía hacer su trabajo, ese hombre no dejaba cabos sueltos, y aunque sabía que la señal que emitía ese móvil con el cual Majo se comunicaba con su familia era falsa, él les seguía el juego. Entonces, mientras estaba en su despacho, recibió una llamada privada, era desde fuera del país. —Tengo lo que me pidieron, todo está listo, con lo que enviaré, lo pueden refundir en prisión. —Perfecto, envío el mail al cual debe enviar toda la información. —En unos minutos lo tendrá, esperé con paciencia. Cuando colgó la llamada, la mirada le brilló, esbozó una amplia sonrisa. —Al fin te tengo Salvador Arismendi. **** En esos días en el crucero, Majo y Salvador aprovecharon el tiempo para conocerse, planear la estrategia en contra de sus enemigos, y no perdieron la oportunidad para hacer el amor. Solían mirar el atardecer, tomar café en la cubierta, sostener las largas charlas que terminaban en noches apasionadas. Cuando llegaron a Canadá, el momento crucial en s
Arismendi sabía que no podía ponerse a pelear, que seguramente su cabeza ya tenía un precio, y aunque ahora su corazón estaba roto, no deseaba morir, no hasta vengarse y ver a María Joaquina Duque destruida, tal como ella lo hizo con él. —Así es, todos cuando caemos en este lugar, nos volvemos iguales, o hasta peores —musitó. —¿Cuánto por darme seguridad? El hombre mostró su amarillenta dentadura. —¿Cómo sabe qué no me pagaron para darle su buena bienvenida? —musitó—, aunque motivos para vengarme me sobran. —Entiendo, pero si te atribuyen otro crimen se seguirá sumando tu condena, llevas como cinco años aquí, y te sentenciaron a veinte, y si muestras buena conducta, yo mismo me podría encargar de que te reduzcan la pena. —Apretó los puños, si había algo que odiaba era hacer tratos con delincuentes, esa gente no merecía ni un ápice de consideración, pero ahora estaba en juego su vida, ya no era el reacio abogado que contaba con un gran equipo de seguridad, ahora era un pobre imbé
Majo lo miró a los ojos, con profunda seriedad. «Si supieras» pensó. —Nada, no pasó nada, él es un caballero —musitó—. Espero reciba la condena adecuada, ¿a dónde lo llevaron? —preguntó. Sebas la miró con atención, no vio un ápice de duda en su mirada, así que le creyó. —Imagino que, a una unidad de flagrancia, ese es el procedimiento, pero ya no debe importarte, ya la pesadilla con ese hombre finalizó. —Le acarició la mejilla, acercó sus labios a ella, intentó besarla. Majo giró su rostro. —Me duele mucho la cabeza, y quiero estar sola, imagino que tú anhelas estar con tu hija y tu familia. Sebastián apretó el puño, pero no dijo nada. —Sí me gustaría estar con Emilia. —Entonces que descanses. —Sonrió—, buenas noches. —Buenas noches, cariño, descansa. —La besó sin darle tiempo a esquivar su caricia. Majo correspondió aquel beso, y eso lo dejó tranquilo. Cuando él se fue ella se quedó sola, pensativa, triste, el alma le dolía, sabía que lo que había hecho tenía gr
Arismendi se aclaró la garganta, constató lo que afuera se decía, que estos criminales gozaban de beneficios, pero para eso debían estar involucrados con gente importante. —No, solo vine a charlar. —Y miró ahí sobre la mesa un juego de naipes. —¿Charlar? ¿Y qué podría interesarme a mí? —Mucho, porque imagino que Sebastián Sáenz te dijo que podría evitar que tu esposa se viera involucrada en tus negocios ilícitos, pero te mintió, porque yo tengo entendido que van a expedir una orden de captura en contra de ella, es cuestión de días. —¿¡Qué!? —Aquel mafioso se levantó, pidió a sus hombres apagar la música, despachar a las chicas. —¡Si estás mintiendo, te asesinaré yo mismo! —rugió. —¿Qué sacaría con mentirte? Se bien que sería mi condena de muerte, él solo te ha estado sacando dinero para su campaña, pero es un traicionero, busca su beneficio personal, sino me crees pídeles a tus abogados que investiguen. —Y tú, ¿cómo puedes evitar que metan en prisión a mi mujer?—Simple, podemos
Desde la prisión, Salvador seguía comunicado con el mundo, a pesar que lo tenían vigilado, había conseguido un móvil de alta tecnología, que no fuera fácil de rastrear, y la persona que vigilaba a Majo, le envió el video. —Así que todo fue una trampa para beneficiar a tu noviecito, tus falsos besos, tus palabras de amor, tus caricias, todo…—gruñó, apretó los puños, en una de las paredes, tenía la imagen de ella junto con la de sus demás enemigos. Enseguida Salvador marcó al hombre que vigilaba a Majo. —Quiero un informe detallado, de lo que hace, de cada minuto, hasta las veces que va al baño —enfatizó con esa voz ronca y firme que solía mostrar. —¿Qué ha hecho hoy? —Dio esas declaraciones, sin embargo, usa el móvil que usted le dio, no lo podemos rastrear, sabe que es imposible. —Dile a Facundo que la rastree e intervenga ese teléfono, él sabe cómo hacerlo, quiero saber con quién se comunica. ¿Sigue junto a Sáenz? —Él no durmió anoche en la hacienda, se fue con su hija, ella