—Doctor Sáenz. —La voz gruesa de un hombre se escuchó a través de un micrófono, aquel individuo jamás dejaba ver su rostro—, agradecemos su valiosa colaboración con nuestra causa, pero seguimos sin poder encontrar algo que nos lleve a hacer justicia y tener en nuestras manos a Arismendi. —Sé de alguien que puede ayudarnos, y ser pieza clave en esto —comunicó—, busquen a Brenda su asistente personal, esa mujer es clave para desenmascararlo, lleguen a un acuerdo con ella. —Gracias por la importante información, mientras tanto usted debe seguir aquí protegido, ya llegará el momento en que lo podamos liberar —expresó—, sin embargo hay algo que debe conocer, su futura esposa está con ese delincuente. La mirada de Sebastián oscureció, apretó los puños. —Cuando ese infeliz caiga ella se dará cuenta del error, y volverá a mi lado —gruñó.«Y pagarás bien caro tu traición, cambiarme por ese delincuente es lo peor que estás haciendo María Joaquina Duque»****—¿Qué se sabe de la desaparición
Arismendi supo que era ella, también se preparó como si en verdad fuera el juicio más importante de sus vidas, jamás antes una mujer le había interesado como María Joaquina Duque. Inhaló profundo, se aproximó a la puerta, y abrió. La recorrió de pies a cabeza, ella cubría su cuerpo con una bata de seda negra, una de las que él mandó a comprar para ella, solo en sus locas fantasías la imaginó luciendo ese retal, pero ahora el sueño era verdad. —Adelante —susurró con su voz ronca y varonil. Majo sintió que el estómago se le encogía, la piel se le erizó, entró por delante de él, y miró la alcoba, ella no sabía si en verdad aquel hombre tenía un pacto con el diablo, pero todo lo que se proponía lo conseguía, y ella no sabía como. Había varias velas acomodadas en la cómoda, que alumbraban la alcoba, un humidificador de lámpara por donde desprendía esa exquisita esencia, pétalos de rosas en el piso, además que la música que sonaba en ese momento era de muy buen gusto. Las notas de «Que
Brenda caminaba por las calles de la ciudad, sostenía en sus brazos unas bolsas del supermercado, cuando varias camionetas negras y blindadas le cerraron el paso. —No se asuste, hay alguien que requiere hablar con usted. —No diré nada sin una orden de un juez —comunicó. —No la vamos a interrogar, es solo una charla de amigos —dijo aquel hombre. Brenda miró al caballero en la camioneta, suspiró profundo. —Está bien —comunicó. La ayudaron con las bolsas y la subieron a aquella camioneta. —¿Qué quiere señor Araujo? —indagó ella. —Me gusta que seas una mujer directa, nos vamos a entender de maravilla —expresó el hombre con esa voz firme. —Entonces vamos directo al grano —propuso Brenda, miró a los dos caballeros que tenía frente a ella. —Bien, sabemos que eras la mano derecha de Arismendi, y qué debes tener una valiosa información, tú puedes ser un testigo clave para poder enviar a prisión a ese infeliz. —¿Y qué ganaría yo? —preguntó ella. —Venganza. —La voz de Sebastián se hi
Salvador reaccionó, parpadeó, y sacudió su cabeza, observó a Majo, los ojos de ella, lo miraban ansiosos, esperando su respuesta, y él no era hombre que se quedaba callado, siempre era directo, pero hablar de amor… En esas circunstancias, no sabía si era lo correcto, pero si deseaba que ella creyera en él, debía hablar con la verdad. —Estoy esperando una respuesta —ordenó Majo, con su voz firme, lo miró como si él estuviera en el banquillo de los acusados y fuera culpable. —Si vas a condenarme por enamorarme de ti, pues me declaro culpable —confesó sin titubear—. Te amo, María Joaquina Duque, no sé cómo ocurrió, no sé si todo empezó como una fantasía…, como un sueño loco, no tengo idea. Majo se estremeció, percibió que su corazón latía desesperado. —¿Y si no soy lo que esperas? ¿Si tus fantasías son solo eso, y en realidad soy diferente? Arismendi la tomó de la mano, y plantó su vista en ella, con esa seguridad que solía demostrar en la mirada. —Eres mejor de lo que soñé, pero ah
—¿Por qué tuvieron que suceder las cosas así entre nosotros Sebas? —cuestionó con la voz entrecortada—, tal vez debimos terminar antes, porque en verdad tu mundo y el mío eran diferentes, quizás me encariñe con Emilia, no lo sé, me gustaría saber que estás bien y tener una charla tranquila, pero sé que eso no sucederá. —Sollozó, enseguida agarró algunos recuerdos que eran importantes para ella, metió esas cosas en una valija, algunas de sus prendas, y luego de largos minutos que para Salvador se convirtieron en agonía, ella volvió a encender el micro—. Voy de salida.Arismendi soltó un resoplido, sí estaba furioso, ansioso, desesperado.—Ten cuidado.Majo salió del edificio tal como entró, en completa clandestinidad, en ese auto la llevaron a otro apartamento, en el mismo edificio donde residía Arismendi.María Joaquina entró a esa estancia, se sobresaltó cuando las luces se encendieron y se encontró con la mirada inquisidora de Salvador.—¿Cómo se te ocurre apagar el micrófono? —voc
En cuestión de segundos se encontraban en la alcoba, la habitación había sido decorada con los tonos que a Majo le gustaban, como sí hubiera sido preparada para ella con anticipación. Las sábanas eran de algodón egipcio, suaves, tersas, la temperatura cálida como le agradaba dormir a Majo, y ni hablar de los amplios ventanales, y las persianas que decoraban esas ventanas. Pero ella ni tiempo tuvo de contemplar la alcoba, porque los besos y caricias de Salvador le robaban hasta el aliento. —No vuelvas a apagar un micrófono, por favor —susurró mientras la besaba y sus grandes y fuertes manos le recorrían el talle. —No volveré a hacerlo, no quiero causarte un infarto —bromeó, mientras se mordía los labios y restregaba su cuerpo en la cama, recibiendo las caricias que los labios de Salvador dejaban en su piel. En cuestión de segundos la tuvo desnuda, la contempló, nunca se cansaba de hacerlo, Majo para él era su sueño hecho realidad, entonces cuando él empezó a quitarse la ropa,
Y luego de haber compartido ese momento tan íntimo, tan alucinante, Majo descansaba plácidamente en la cama, como ajena a todo lo que estaba por suceder; sin embargo, Salvador sabía que tanta calma no era buena, conocía a sus enemigos, los había estudiado durante años, y requería aliados, pensó que Abel Zapata podría ser uno de ellos, necesitaba contactar y hablar en persona con él. Entonces dejó a Majo en la cama, sintió la imperiosa necesidad de mirar los documentos que ella había traído, fue hasta la sala, las cosas estaban intactas, inhaló una gran bocanada de aire, agarró el portafolio, y cuando sus dedos estaban por abrir las cerraduras, desistió. Quizás lo que ahí había era algo que debía descubrirlo con Majo, así que no lo abrió, entonces fue al bar de madera que reposaba en una esquina y se sirvió un whisky, contempló desde el piso treinta la ciudad, las luces, y el Golden Gate en todo su esplendor. De pronto sintió unas cálidas manos abrazarlo por la cintura, esa sensació
El fiscal Araujo debía hacer su trabajo, ese hombre no dejaba cabos sueltos, y aunque sabía que la señal que emitía ese móvil con el cual Majo se comunicaba con su familia era falsa, él les seguía el juego. Entonces, mientras estaba en su despacho, recibió una llamada privada, era desde fuera del país. —Tengo lo que me pidieron, todo está listo, con lo que enviaré, lo pueden refundir en prisión. —Perfecto, envío el mail al cual debe enviar toda la información. —En unos minutos lo tendrá, esperé con paciencia. Cuando colgó la llamada, la mirada le brilló, esbozó una amplia sonrisa. —Al fin te tengo Salvador Arismendi. **** En esos días en el crucero, Majo y Salvador aprovecharon el tiempo para conocerse, planear la estrategia en contra de sus enemigos, y no perdieron la oportunidad para hacer el amor. Solían mirar el atardecer, tomar café en la cubierta, sostener las largas charlas que terminaban en noches apasionadas. Cuando llegaron a Canadá, el momento crucial en s