Brenda caminaba por las calles de la ciudad, sostenía en sus brazos unas bolsas del supermercado, cuando varias camionetas negras y blindadas le cerraron el paso. —No se asuste, hay alguien que requiere hablar con usted. —No diré nada sin una orden de un juez —comunicó. —No la vamos a interrogar, es solo una charla de amigos —dijo aquel hombre. Brenda miró al caballero en la camioneta, suspiró profundo. —Está bien —comunicó. La ayudaron con las bolsas y la subieron a aquella camioneta. —¿Qué quiere señor Araujo? —indagó ella. —Me gusta que seas una mujer directa, nos vamos a entender de maravilla —expresó el hombre con esa voz firme. —Entonces vamos directo al grano —propuso Brenda, miró a los dos caballeros que tenía frente a ella. —Bien, sabemos que eras la mano derecha de Arismendi, y qué debes tener una valiosa información, tú puedes ser un testigo clave para poder enviar a prisión a ese infeliz. —¿Y qué ganaría yo? —preguntó ella. —Venganza. —La voz de Sebastián se hi
Salvador reaccionó, parpadeó, y sacudió su cabeza, observó a Majo, los ojos de ella, lo miraban ansiosos, esperando su respuesta, y él no era hombre que se quedaba callado, siempre era directo, pero hablar de amor… En esas circunstancias, no sabía si era lo correcto, pero si deseaba que ella creyera en él, debía hablar con la verdad. —Estoy esperando una respuesta —ordenó Majo, con su voz firme, lo miró como si él estuviera en el banquillo de los acusados y fuera culpable. —Si vas a condenarme por enamorarme de ti, pues me declaro culpable —confesó sin titubear—. Te amo, María Joaquina Duque, no sé cómo ocurrió, no sé si todo empezó como una fantasía…, como un sueño loco, no tengo idea. Majo se estremeció, percibió que su corazón latía desesperado. —¿Y si no soy lo que esperas? ¿Si tus fantasías son solo eso, y en realidad soy diferente? Arismendi la tomó de la mano, y plantó su vista en ella, con esa seguridad que solía demostrar en la mirada. —Eres mejor de lo que soñé, pero ah
—¿Por qué tuvieron que suceder las cosas así entre nosotros Sebas? —cuestionó con la voz entrecortada—, tal vez debimos terminar antes, porque en verdad tu mundo y el mío eran diferentes, quizás me encariñe con Emilia, no lo sé, me gustaría saber que estás bien y tener una charla tranquila, pero sé que eso no sucederá. —Sollozó, enseguida agarró algunos recuerdos que eran importantes para ella, metió esas cosas en una valija, algunas de sus prendas, y luego de largos minutos que para Salvador se convirtieron en agonía, ella volvió a encender el micro—. Voy de salida.Arismendi soltó un resoplido, sí estaba furioso, ansioso, desesperado.—Ten cuidado.Majo salió del edificio tal como entró, en completa clandestinidad, en ese auto la llevaron a otro apartamento, en el mismo edificio donde residía Arismendi.María Joaquina entró a esa estancia, se sobresaltó cuando las luces se encendieron y se encontró con la mirada inquisidora de Salvador.—¿Cómo se te ocurre apagar el micrófono? —voc
En cuestión de segundos se encontraban en la alcoba, la habitación había sido decorada con los tonos que a Majo le gustaban, como sí hubiera sido preparada para ella con anticipación. Las sábanas eran de algodón egipcio, suaves, tersas, la temperatura cálida como le agradaba dormir a Majo, y ni hablar de los amplios ventanales, y las persianas que decoraban esas ventanas. Pero ella ni tiempo tuvo de contemplar la alcoba, porque los besos y caricias de Salvador le robaban hasta el aliento. —No vuelvas a apagar un micrófono, por favor —susurró mientras la besaba y sus grandes y fuertes manos le recorrían el talle. —No volveré a hacerlo, no quiero causarte un infarto —bromeó, mientras se mordía los labios y restregaba su cuerpo en la cama, recibiendo las caricias que los labios de Salvador dejaban en su piel. En cuestión de segundos la tuvo desnuda, la contempló, nunca se cansaba de hacerlo, Majo para él era su sueño hecho realidad, entonces cuando él empezó a quitarse la ropa,
Y luego de haber compartido ese momento tan íntimo, tan alucinante, Majo descansaba plácidamente en la cama, como ajena a todo lo que estaba por suceder; sin embargo, Salvador sabía que tanta calma no era buena, conocía a sus enemigos, los había estudiado durante años, y requería aliados, pensó que Abel Zapata podría ser uno de ellos, necesitaba contactar y hablar en persona con él. Entonces dejó a Majo en la cama, sintió la imperiosa necesidad de mirar los documentos que ella había traído, fue hasta la sala, las cosas estaban intactas, inhaló una gran bocanada de aire, agarró el portafolio, y cuando sus dedos estaban por abrir las cerraduras, desistió. Quizás lo que ahí había era algo que debía descubrirlo con Majo, así que no lo abrió, entonces fue al bar de madera que reposaba en una esquina y se sirvió un whisky, contempló desde el piso treinta la ciudad, las luces, y el Golden Gate en todo su esplendor. De pronto sintió unas cálidas manos abrazarlo por la cintura, esa sensació
El fiscal Araujo debía hacer su trabajo, ese hombre no dejaba cabos sueltos, y aunque sabía que la señal que emitía ese móvil con el cual Majo se comunicaba con su familia era falsa, él les seguía el juego. Entonces, mientras estaba en su despacho, recibió una llamada privada, era desde fuera del país. —Tengo lo que me pidieron, todo está listo, con lo que enviaré, lo pueden refundir en prisión. —Perfecto, envío el mail al cual debe enviar toda la información. —En unos minutos lo tendrá, esperé con paciencia. Cuando colgó la llamada, la mirada le brilló, esbozó una amplia sonrisa. —Al fin te tengo Salvador Arismendi. **** En esos días en el crucero, Majo y Salvador aprovecharon el tiempo para conocerse, planear la estrategia en contra de sus enemigos, y no perdieron la oportunidad para hacer el amor. Solían mirar el atardecer, tomar café en la cubierta, sostener las largas charlas que terminaban en noches apasionadas. Cuando llegaron a Canadá, el momento crucial en s
Arismendi sabía que no podía ponerse a pelear, que seguramente su cabeza ya tenía un precio, y aunque ahora su corazón estaba roto, no deseaba morir, no hasta vengarse y ver a María Joaquina Duque destruida, tal como ella lo hizo con él. —Así es, todos cuando caemos en este lugar, nos volvemos iguales, o hasta peores —musitó. —¿Cuánto por darme seguridad? El hombre mostró su amarillenta dentadura. —¿Cómo sabe qué no me pagaron para darle su buena bienvenida? —musitó—, aunque motivos para vengarme me sobran. —Entiendo, pero si te atribuyen otro crimen se seguirá sumando tu condena, llevas como cinco años aquí, y te sentenciaron a veinte, y si muestras buena conducta, yo mismo me podría encargar de que te reduzcan la pena. —Apretó los puños, si había algo que odiaba era hacer tratos con delincuentes, esa gente no merecía ni un ápice de consideración, pero ahora estaba en juego su vida, ya no era el reacio abogado que contaba con un gran equipo de seguridad, ahora era un pobre imbé
Majo lo miró a los ojos, con profunda seriedad. «Si supieras» pensó. —Nada, no pasó nada, él es un caballero —musitó—. Espero reciba la condena adecuada, ¿a dónde lo llevaron? —preguntó. Sebas la miró con atención, no vio un ápice de duda en su mirada, así que le creyó. —Imagino que, a una unidad de flagrancia, ese es el procedimiento, pero ya no debe importarte, ya la pesadilla con ese hombre finalizó. —Le acarició la mejilla, acercó sus labios a ella, intentó besarla. Majo giró su rostro. —Me duele mucho la cabeza, y quiero estar sola, imagino que tú anhelas estar con tu hija y tu familia. Sebastián apretó el puño, pero no dijo nada. —Sí me gustaría estar con Emilia. —Entonces que descanses. —Sonrió—, buenas noches. —Buenas noches, cariño, descansa. —La besó sin darle tiempo a esquivar su caricia. Majo correspondió aquel beso, y eso lo dejó tranquilo. Cuando él se fue ella se quedó sola, pensativa, triste, el alma le dolía, sabía que lo que había hecho tenía gr