Queridos lectores, perdon la demora en actualizar, apenas me voy poniendo al día luego de mis vacaciones, espero disfruten estos capítulos.
Los mineros se organizaron y escogieron a tres personas, los hombres de más edad, y con mayor experiencia en esas cosas, de inmediato esos individuos escoltados por los hombres de Arismendi se aproximaron a la camioneta.—Doctor, escuchamos su propuesta. Salvador bajó el vidrio, los miró con seriedad. —Les propongo un salario digno, el mismo que ganan los empleados de la mina, a más de las prestaciones legales, y del seguro que deben tener en caso de accidentes, sus hijos pueden estudiar en las escuelas y colegios que hemos construido en la comunidad, sin pagar nada, y tengo un convenio con una universidad, los más grandes cuando se gradúen tienen acceso a becas. —¿Y todo eso es real? ¿Quién nos garantiza que luego nos van a salir con un montón de cuentos?—¡Ya nos han engañado!—Entiendo su malestar, y comprendo la desconfianza, yo soy un hombre de palabra, y todo lo que les ofrezco quedará estipulado en sus respectivos contratos de trabajo que serán sellados ante el ministerio de
María Joaquina salió corriendo sin rumbo fijo, no podía creer que Sebastián fuera capaz de semejante bajeza, pero ahora que conocía algo de la vida de Salvador, confiaba más en él. Se sentó en una piedra gimoteando, sin tener sus ideas claras. —¿La vas a dejar así? —recriminó Luriel, el hombre sabio de la comunidad, quién era su amigo, su confidente, su consejero—. Ya es hora de que le hables con la verdad, pobre muchacha. Salvador inhaló profundo, apretó los puños. —Tienes razón, el momento de la verdad llegó, espero no sufra mucho. —Más sufre con la incertidumbre —dijo el anciano—, ve y sé sincero. Salvador encontró a Majo llorando como una Magdalena, su corazón se estremeció, detestaba verla así, entonces se aproximó a ella. Majo percibió el crujir de las hojas, miró los zapatos de Salvador, frunció el ceño. —No me hables, no quiero verte, aléjate de mí. —No lo voy a hacer, voy a decirte todo lo que sé acerca de Sebastián Sáenz, pero quiero que te calmes. —¿Vas a inventar
—Doctor Sáenz. —La voz gruesa de un hombre se escuchó a través de un micrófono, aquel individuo jamás dejaba ver su rostro—, agradecemos su valiosa colaboración con nuestra causa, pero seguimos sin poder encontrar algo que nos lleve a hacer justicia y tener en nuestras manos a Arismendi. —Sé de alguien que puede ayudarnos, y ser pieza clave en esto —comunicó—, busquen a Brenda su asistente personal, esa mujer es clave para desenmascararlo, lleguen a un acuerdo con ella. —Gracias por la importante información, mientras tanto usted debe seguir aquí protegido, ya llegará el momento en que lo podamos liberar —expresó—, sin embargo hay algo que debe conocer, su futura esposa está con ese delincuente. La mirada de Sebastián oscureció, apretó los puños. —Cuando ese infeliz caiga ella se dará cuenta del error, y volverá a mi lado —gruñó.«Y pagarás bien caro tu traición, cambiarme por ese delincuente es lo peor que estás haciendo María Joaquina Duque»****—¿Qué se sabe de la desaparición
Arismendi supo que era ella, también se preparó como si en verdad fuera el juicio más importante de sus vidas, jamás antes una mujer le había interesado como María Joaquina Duque. Inhaló profundo, se aproximó a la puerta, y abrió. La recorrió de pies a cabeza, ella cubría su cuerpo con una bata de seda negra, una de las que él mandó a comprar para ella, solo en sus locas fantasías la imaginó luciendo ese retal, pero ahora el sueño era verdad. —Adelante —susurró con su voz ronca y varonil. Majo sintió que el estómago se le encogía, la piel se le erizó, entró por delante de él, y miró la alcoba, ella no sabía si en verdad aquel hombre tenía un pacto con el diablo, pero todo lo que se proponía lo conseguía, y ella no sabía como. Había varias velas acomodadas en la cómoda, que alumbraban la alcoba, un humidificador de lámpara por donde desprendía esa exquisita esencia, pétalos de rosas en el piso, además que la música que sonaba en ese momento era de muy buen gusto. Las notas de «Que
Brenda caminaba por las calles de la ciudad, sostenía en sus brazos unas bolsas del supermercado, cuando varias camionetas negras y blindadas le cerraron el paso. —No se asuste, hay alguien que requiere hablar con usted. —No diré nada sin una orden de un juez —comunicó. —No la vamos a interrogar, es solo una charla de amigos —dijo aquel hombre. Brenda miró al caballero en la camioneta, suspiró profundo. —Está bien —comunicó. La ayudaron con las bolsas y la subieron a aquella camioneta. —¿Qué quiere señor Araujo? —indagó ella. —Me gusta que seas una mujer directa, nos vamos a entender de maravilla —expresó el hombre con esa voz firme. —Entonces vamos directo al grano —propuso Brenda, miró a los dos caballeros que tenía frente a ella. —Bien, sabemos que eras la mano derecha de Arismendi, y qué debes tener una valiosa información, tú puedes ser un testigo clave para poder enviar a prisión a ese infeliz. —¿Y qué ganaría yo? —preguntó ella. —Venganza. —La voz de Sebastián se hi
Salvador reaccionó, parpadeó, y sacudió su cabeza, observó a Majo, los ojos de ella, lo miraban ansiosos, esperando su respuesta, y él no era hombre que se quedaba callado, siempre era directo, pero hablar de amor… En esas circunstancias, no sabía si era lo correcto, pero si deseaba que ella creyera en él, debía hablar con la verdad. —Estoy esperando una respuesta —ordenó Majo, con su voz firme, lo miró como si él estuviera en el banquillo de los acusados y fuera culpable. —Si vas a condenarme por enamorarme de ti, pues me declaro culpable —confesó sin titubear—. Te amo, María Joaquina Duque, no sé cómo ocurrió, no sé si todo empezó como una fantasía…, como un sueño loco, no tengo idea. Majo se estremeció, percibió que su corazón latía desesperado. —¿Y si no soy lo que esperas? ¿Si tus fantasías son solo eso, y en realidad soy diferente? Arismendi la tomó de la mano, y plantó su vista en ella, con esa seguridad que solía demostrar en la mirada. —Eres mejor de lo que soñé, pero ah
—¿Por qué tuvieron que suceder las cosas así entre nosotros Sebas? —cuestionó con la voz entrecortada—, tal vez debimos terminar antes, porque en verdad tu mundo y el mío eran diferentes, quizás me encariñe con Emilia, no lo sé, me gustaría saber que estás bien y tener una charla tranquila, pero sé que eso no sucederá. —Sollozó, enseguida agarró algunos recuerdos que eran importantes para ella, metió esas cosas en una valija, algunas de sus prendas, y luego de largos minutos que para Salvador se convirtieron en agonía, ella volvió a encender el micro—. Voy de salida.Arismendi soltó un resoplido, sí estaba furioso, ansioso, desesperado.—Ten cuidado.Majo salió del edificio tal como entró, en completa clandestinidad, en ese auto la llevaron a otro apartamento, en el mismo edificio donde residía Arismendi.María Joaquina entró a esa estancia, se sobresaltó cuando las luces se encendieron y se encontró con la mirada inquisidora de Salvador.—¿Cómo se te ocurre apagar el micrófono? —voc
En cuestión de segundos se encontraban en la alcoba, la habitación había sido decorada con los tonos que a Majo le gustaban, como sí hubiera sido preparada para ella con anticipación. Las sábanas eran de algodón egipcio, suaves, tersas, la temperatura cálida como le agradaba dormir a Majo, y ni hablar de los amplios ventanales, y las persianas que decoraban esas ventanas. Pero ella ni tiempo tuvo de contemplar la alcoba, porque los besos y caricias de Salvador le robaban hasta el aliento. —No vuelvas a apagar un micrófono, por favor —susurró mientras la besaba y sus grandes y fuertes manos le recorrían el talle. —No volveré a hacerlo, no quiero causarte un infarto —bromeó, mientras se mordía los labios y restregaba su cuerpo en la cama, recibiendo las caricias que los labios de Salvador dejaban en su piel. En cuestión de segundos la tuvo desnuda, la contempló, nunca se cansaba de hacerlo, Majo para él era su sueño hecho realidad, entonces cuando él empezó a quitarse la ropa,