Cuando la puerta de la mansión se abrió de golpe y oyó la voz de Adriano, Gianina se dio la vuelta, sobresaltada, mientras Sarah, quien se encontraba sentada en el sofá, se tensó aún más, a pesar de que se sentía agradecida con la interrupción de aquel interrogatorio que empezaba a volverse peligroso.La voz de Adriano resonó en la sala y, antes de que Gianina pudiera hacer o decir nada, él se acercó a ella con paso tambaleante, visiblemente afectado por el alcohol.Gianina, que hasta hacía solo unos segundos estaba a punto de confrontar a Sarah por las extrañas transacciones, dirigió toda su atención hacia Adriano, y su expresión pasó de la sorpresa a la preocupación en una fracción de segundo.«Oh, diablos», pensó para sus adentros, con un suspiro apenas audible, sintiendo cómo la ansiedad se apoderaba de ella.—¿Qué diablos haces aquí? ¿Quién te dejó entrar? —preguntó Gianina con voz firme, esforzándose por mantener la calma.Mientras tanto, Sarah permaneció sentada en su sitio, pr
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