Cuando Adriano llegó al departamento de Sarah, llamó al timbre y en cuanto ella abrió la puerta, el ambiente se cargó de una espeta tensión, el aire era denso.—¿Qué haces aquí? —preguntó Sarah, esbozando una sonrisa coqueta.—Necesitamos hablar —respondió Adriano, frío y distante.—Ah, ¿sí? —preguntó, aparentando sorpresa—. Por favor, pasa. Hablaremos más tranquilos en el salón.Sin decir ni una palabra más, Adriano se adentró en el apartamento de Sarah y tomó asiento en el sofá de dos cuerpos, mientras ella hacía lo propio frente a él, con una amplia sonrisa. —Y, dime, querido, ¿qué te trae a mi humilde morada? ¿De qué quieres hablar? —preguntó con voz exasperantemente melosa.Adriano suspiró.—Vamos, Sarah Moretti, sabes muy bien por qué estoy aquí y de qué quiero hablar contigo —respondió con un tono tan frío como un iceberg—. Tienes que terminar con estas estupideces, con estos juegos de niños de primaria, de una vez por todas. ¿Qué ganas atacando a Gianina de esta manera? Si lo
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