UN MES DESPUÉSGianina se encontraba revisando las cuentas de Antonio. Quería saber a la perfección de cuánto dinero disponía y cómo iban las acciones en las que el hombre había invertido un gran porcentaje, lo mismo con las empresas que él había dejado atrás.Durante el tiempo que había pasado con Adriano, no se había preocupado por nada e, inconscientemente, había delegado aquella tarea en los contadores y en los hombres de confianza de Antonio.Sin embargo, algo no estaba bien y, por mucho que analizaba las cuentas, no estaba segura en qué estaba fallando.Aun así, estaba completamente obcecada en descubrir la falla.En ese momento, se encontraba revisando las cuentas por enésima vez, cuando Sara entró en el despacho que la propia Gianina había adaptado a sus comodidades.—Oye, querida, es hora de almorzar —le dijo mientras se sentaba frente al escritorio y buscaba su mirada.Gianina suspiró.—¿Ya? —preguntó.Estaba desorientada.—Cariño, tienes que comer, has perdido demasiado pes
Adriano se encontraba impaciente y no dejaba de mirar la pantalla del móvil, segundo tras segundo.Sin embargo, la respuesta que tanto ansiaba recibir no solo parecía demorar, sino ser inexistente.—¡Qué estúpido! —exclamó y lanzó el móvil al sofá que se encontraba frente a él, con la intención de alejarlo cuanto fuese posible.Hacía más de una hora que le había mandado el mensaje a Gianina y, desde entonces, no había dejado de mirar la pantalla del móvil, ansioso por recibir una respuesta, aunque esta fuera llena de ira.Sin embargo, ¿qué esperaba?Gianina era mucha mujer para él; de eso no le cabía duda. Estaba lastimada, él, inconscientemente, en su egoísmo lo había hecho y ahora esperaba que ella le hablara como si nunca hubiera sucedido nada.Sí, era un completo imbécil. No tenía remedio.En lugar de detenerse a pensar en lo que ella podía estar pasando y lo que había pasado, solo se dedicaba a regodearse en su propia miseria, como si eso fuera a cambiar la decisión de Gianina.—
Mientras tanto, en la otra punta de la ciudad, Gianina cerró el correo electrónico que había recibido del contador de confianza de Antonio Rossi, con el ceño fruncido. Había pasado los últimos días buscándole una explicación lógica a la faltante de dinero en las cuentas bancarias que habían pasado a estar a su nombre, tras la herencia de Antonio, y, a pesar de que intentaba mantenerse calmada, la frustración poco a poco iba apoderándose de ella. Algo en todo aquello no cuadraba y, pese al desgaste emocional y físico, no descansaría hasta encontrar qué pasaba realmente.Sus pensamientos se amontonaban en su mente, mezclándose con las preocupaciones por sus cinco hijos. Ser madre de cinco niños no era tarea fácil y, mucho menos, cuando cuatro de ellos eran hijos de Adriano Messina, el hombre que, pese a todo lo que había sucedido y de su decisión de separarse de él, aún amaba con cada parte de su corazón.Sarah tenía razón, al menos en parte. Si bien era cierto que estaba preocupada por
Cuando la puerta de la mansión se abrió de golpe y oyó la voz de Adriano, Gianina se dio la vuelta, sobresaltada, mientras Sarah, quien se encontraba sentada en el sofá, se tensó aún más, a pesar de que se sentía agradecida con la interrupción de aquel interrogatorio que empezaba a volverse peligroso.La voz de Adriano resonó en la sala y, antes de que Gianina pudiera hacer o decir nada, él se acercó a ella con paso tambaleante, visiblemente afectado por el alcohol.Gianina, que hasta hacía solo unos segundos estaba a punto de confrontar a Sarah por las extrañas transacciones, dirigió toda su atención hacia Adriano, y su expresión pasó de la sorpresa a la preocupación en una fracción de segundo.«Oh, diablos», pensó para sus adentros, con un suspiro apenas audible, sintiendo cómo la ansiedad se apoderaba de ella.—¿Qué diablos haces aquí? ¿Quién te dejó entrar? —preguntó Gianina con voz firme, esforzándose por mantener la calma.Mientras tanto, Sarah permaneció sentada en su sitio, pr
Al día siguiente, Adriano se despertó con la cabeza retumbando, como si un martillo estuviera golpeando el interior de su cráneo. Las primeras luces del amanecer apenas se filtraban por las cortinas de su habitación en la segunda planta de la mansión, mientras que el ambiente olía a alcohol y la resaca no solo era física, sino que el dolor emocional era mucho más profundo y punzante.Sintiendo que todo le daba vueltas, se llevó una mano a la frente, tratando de calmar el mareo que lo invadió en cuanto abrió los ojos. Rápidamente, las imágenes de la noche anterior se filtraban en su mente con una claridad brutal. La mansión de Antonio Rossi, Gianina, su total rechazo…, así como las súplicas que él, en su borrachera, había proferido sin detenerse a pensar ni por un momento, hicieron que la vergüenza se apoderara de él cómo una nube de tormenta y, por fin, tomó conciencia de lo bajo que había caído. Realmente, había tocado fondo.«¿Qué diablos estoy haciendo? ¿En qué se ha convertido mi
La mansión Lazzari reflejaba a su dueño a la perfección: imponente, ostentosa, y con un aire de amenaza deliberada que buscaba intimidar a cualquiera que cruzara su umbral. Era una estructura que hablaba de poder absoluto, de control férreo y de un hombre que no conocía límites cuando se trataba de conseguir lo que quería.Adriano subía las escalinatas de mármol con el estómago revuelto, consciente del eco de sus pasos. El intenso dolor de cabeza, que no le había dado tregua en todo el día, palpitaba con más fuerza a medida que se acercaba a la puerta principal, como un mal augurio que se hacía cada vez más tangible.Mientras caminaba, un pensamiento fugaz atravesó su mente, tan rápido y cortante como un relámpago: ¿Qué pensaría Gianina de él si supiera en el lío en el que se encontraba metido? Ese pensamiento lo desestabilizó momentáneamente, pero no podía permitirse el lujo de dudar ahora. Necesitaba estar enfocado, ser frío, aunque por dentro se sintiera atrapado en un torbellino d
Cuando Adriano salió de la mansión de Alessio Lazzari lo hizo sintiéndose más pequeño que nunca. Todo lo que lo rodeaba se estaba cayendo a pedazos y no sabía cómo detenerlo. Mientras conducía de regreso a la mansión, su cabeza estaba nublada por pensamientos negativos, totalmente oscuros. Necesitaba ayuda, pero ¿de quién? No lo sabía. Gianina era la única persona que podría haberle brindado apoyo, pero, después de todo lo que había pasado, esa puerta estaba completamente cerrada.En el fondo, había algo en él que se negaba a aceptar que allí acababa todo. Sabía que, por mucho que Gianina estuviera cansada y dolida, aún había una chispa de esperanza que lo mantenía aferrado a la idea de recuperarla. Sin embargo, ¿cómo podía hacerlo cuando ni siquiera podía mantener su empresa a salvo? ¿Cómo podía convencerla de que había cambiado, cuando, en el fondo, él mismo no estaba seguro de haberlo logrado? Adriano apretó el volante sintiéndose inmensamente frustrado. La sensación de impotencia
En el Hotel de la Galleria.Cuando Adriano estacionó el coche, se bajó rápidamente, sintiendo el aire fresco de la tarde contra su rostro. Su corazón latía a toda velocidad, en una mezcla de nerviosismo y expectación.A medida que se acercaba a las puertas del hotel, no podía dejar de pensar en el tiempo que había pasado desde la última vez que había visto a su hermano, y, aunque ansiaba aquel reencuentro, no podía evitar preguntarse si hacía bien al confiar en él. Después de todo, en quince años una persona podía cambiar demasiado, y no necesariamente para bien.Al entrar al hotel, sus ojos buscaron instantáneamente a Claudio, encontrándolo sentado en una pequeña cafetería que se encontraba en la esquina del vestíbulo.En cuanto lo vio, Adriano no pudo evitar sorprenderse de cuánto había cambiado su hermano en todos esos años: las líneas de su rostro eran más profundas, su cabello estaba salpicado de canas y sus ojos se notaban cansados, sin embargo, continuaba manteniendo su porte i