Marisa compró una casa de un solo piso, con un pequeño jardín que daba a la calle y con un patio trasero de pocos metros. No era la casa más pequeña del mundo, pero, en comparación de su anterior casa, no era mucho, en realidad; aun así, teniendo su casa propia, ella no dejó la casa de Maximina, pues estaba cómoda en ese lugar, acompañada de esa familia que también estaba cómoda con ella.Entre esa nueva familia se estableció una buena rutina: de lunes a viernes, cada mañana desayunaban juntos luego de darle la bienvenida a Lidia, después, Maximiliano y Marisa salían juntos al trabajo, Lidia y Maximina preparaban la comida, los dos jóvenes volvían juntos a comer por la tarde y después regresaban al trabajo juntos; entonces, Marisa y Mía jugaban juntas, y, en la tarde, los dos jóvenes de la casa volvían al trabajo, todos despedían a Lidia, Maximina y Marisa preparaban la cena juntas, escuchando los balbuceos de Mía, y cenaban todos juntos, pasaban un rato platicando o viendo una pelícu
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