Había tenido un viaje bastante agotador. Adoraba estar en Alemania, mi padre había insistido en que fuéramos cada cierto tiempo, y últimamente había estado arreglando varios temas de la herencia para cerciorarse de qué nuestros hijos estuvieran cubiertos. Sin embargo, ya este no era mi hogar. La señora Helga, el ama de casa de nuestra propiedad en Berlín, siempre me recibía con amor, preguntaba constantemente cuando íbamos a volver para allá. Y yo le prometía traer a mis hijos pronto, como hacía cada año. Claro que, mi visita esta vez, no era agradable. Mi misión era otra, tenía que declarar ante la justicia aquí. Flavia y Jonah habían sido extraditados a su país de origen, y finalmente cumplían una condena larga y penosa. La madre de él, Joyce, no pudo hacer nada con todo y sus influencias, especialmente cuando, por mucho tiempo, el oficial Alem, Eliot y yo reunimos pruebas de la participación de ambos en el secuestro a mi esposa, sin contar con el robo en el Instituto Pascal y su
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