Noté que por primera vez Oliver dejó la copa de vino sobre la mesita de vidrio que estaba en frente de nosotros. Sus mejillas las veía acaloradas y su mirada se tornó seductora, llena de intenciones que me explicaban sus ojos y su mano inquieta. Pero yo no estaba preparada, me di cuenta de que cometí el error al no embriagarme para este momento. Me sentía tensa e incómoda. —Señor Oliver —dije. —Llámame por mi nombre, nada de señor —pidió casi a susurro, se acercaba más a mí, hasta darme un beso en el cuello. —Oliver, creo que lo mejor es que volvamos a casa —comenté—, debe descansar, ya ha bebido mucho. —Yo no quiero volver a mi casa, quiero estar por fuera —soltó mientras se apartaba de mí. Se levantó del mueble y después caminó hasta acostarse en la cama, prácticamente se dejó caer boca arriba. Me acerqué a él, sentándome en la orilla; lo vi acomodarse a medio lado, casi contemplándome con una leve sonrisa. —Eres muy hermosa, Emma —me dijo casi a susurro y con las palabras ar
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