Ante la renuencia de Gérard de permitirle seguir trabajando, la emperatriz se sintió un poco ofendida y estuvo a punto de reclamarle por su actitud, pero como su cuerpo ya empezaba a resentir el cansancio por llevar varias horas en una misma posición, aceptó marcharse de mala gana. —¡Ains! Está bien, me iré. —No se enfade conmigo, majestad —suplicó Gérard, preocupado por su reacción. —Sí, estoy enfadada, pero es cierto que debo descansar. Tú también deberías hacerlo —replicó la emperatriz con firmeza. —Lo sé, pero ya estoy acos… —¡No! Si yo me voy, tú también lo harás. No es justo que tú te quedes más tiempo trabajando —reviró ella con autoridad. Tal argumento desarmó al férreo hombre, que durante mucho tiempo había deseado que Ashal le hubiera permitido salir temprano después de una jornada larga. No obstante, estaba el hecho de que ahora el paradero del emperador era desconocido, por lo que no podía darle tantas libertades. Con esto en mente, decidió seguirle la corriente a l
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