Eduardo bajó sus dedos hasta mi cuello, y yo me quedé muda, ya no tenía nada que decir, las emociones tan contradictorias, me tenían absorta, no sabía si continuar con su juego a sabiendas de que un beso solo provocaría un dolor superior, o definitivamente continuar en esa riña que también me lastimaba. Cerré los ojos al compás del susurro de su voz, que inconscientemente seguía repitiendo: calla, calla. — Eduardo — musité con temor, no quería que se enfureciera, quería sentirlo así, cerca de mí, también callado, sin que me reprochara nada. — Mary — repuso él, y esta vez acarició mi cabello. —Eduardo, basta, dejemos este juego absurdo, este ir y venir que nos lastima, recuperemos, en cambio, nuestro amor, nuestro deseo… — logré decir, aun con mis ojos cerrados, mi cuerpo y mi mente estaban en un estado de perplejidad, como si cada célula se desprendiera y se posara en él, obligándome a no pensar, a no recordar lo cruel que era conmigo, su olor invadía todo. Tras que terminé de habl
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